Es evidente que el medioambiente condiciona
los recursos naturales de los que los humanos
pueden disponer y el modo en que aquellos pueden
ser aprovechados. El clima y el relieve interactúan
formando un ecosistema determinado.
Éste está formado, a su vez, por una serie de
microclimas y microecosistemas que ocupan
determinadas áreas y que proporcionan determinados
recursos. El conocimiento del medioambiente
proporciona bases sólidas desde las que
afrontar el estudio del paleoambiente. Los estudios
recientes sobre paleoclimas (Martínez Cortizas
et al. 1999) permiten una recreación mucho
más cercana a las condiciones reales (objetivas)
en las que se desarrollaron las relaciones entre el
medioambiente y los humanos, especialmente
las económicas. Conocer los recursos disponibles
(potenciales) es de enorme importancia en
economías de subsistencia de periodos del pasado.
No sólo permite establecer hipótesis de trabajo
más complejas sino que nos permite establecer
también los campos en los que la investigación
arqueológica debe buscar. En Arqueología,
en muchas ocasiones, se tiende a buscar lo
que se conoce y a ignorar lo que se desconoce.
Debemos saber qué tenemos que buscar.
En las economías protohistóricas se depende
de los límites que el ecosistema impone. Esto
constituye el marco dentro del cual se desarrollan
las relaciones entre humanos y medioambiente.
La interacción entre éstos y el medio
natural establece los contenidos de la economía
de subsistencia. Los ecosistemas son variables a
través del tiempo ya que dependen de una compleja
interrelación de factores. No son entidades
rígidamente establecidas sino flexibles, en continuo
cambio. Los humanos se adaptan y también
alteran el medio en el que viven, formando parte
de esta dinámica de cambio continuo e interacción.
Ahora bien, la capacidad de transformación
humana del medio ha sido hasta el presente
limitada. La adaptación a circunstancias cambiantes
ha conformado el decurso de la Historia.
En las sociedades Prehistóricas, hablar de
economía y de medioambiente resulta casi equivalente.
La actividad económica, ya sea más o
menos “adaptativa” o “depredadora”, es una forma
directa de relación con el medio. Yesta relación
deja un rastro evidente, una serie de restos
que pueden ser recuperados y registrados. Además,
nuestra capacidad para conocer estos indicios
es cada vez mayor. De este modo nos es posible
conocer los recursos disponibles y los utilizados.
La relación entre “recursos disponibles”
y “recursos realmente utilizados” no debe establecerse
automáticamente, sino, tan sólo ser aceptada
como hipótesis de trabajo mientras es posible
constatar cuáles son los recursos realmente
utilizados a través del registro arqueológico.
El modo en el que se explotan los recursos
del medioambiente busca, ante todo, garantizar
la supervivencia del grupo. Por lo que sabemos
de las sociedades humanas de tecnologías más
simples que la nuestra, el fin de la adaptabilidad
humana al medio es conseguir extraer el máximo
beneficio de éste invirtiendo el mínimo
esfuerzo. Las pautas básicas de explotación del
medio buscan garantizar la supervivencia del
grupo:
1- La clave del éxito está en la diversificación:
diversificar las formas de obtener recursos
permite mayores cotas de seguridad y de bienestar.
La especialización es siempre un riesgo y
sólo se adoptan este tipo de estrategias en situaciones
extremas o en entornos muy hostiles. Diversificar
supone establecer un margen de seguridad
ante la incertidumbre de los ciclos climáticos
y su repercusión sobre el medioambiente,
garantizar que ante un fallo en uno de los recursos,
se dispondrá de otro. En definitiva: evitar el
hambre.
2- La interacción es la base del tipo de economía
de subsistencia que queremos recrear en
este trabajo. Se trata de una baja transformación
del ecosistema con un máximo aprovechamiento
de sus recursos naturales. La introducción de
formas de explotación económica compatibles
con el medio natural añade una mayor rentabilidad
al sistema siempre que no se sobrepasen
ciertos “límites de compatibilidad”: la obtención
de unos recursos no puede poner en peligro la
garantía de que se seguirán obteniendo otros. La
interdependencia de todas las partes del sistema
hace necesario su observación como un ente sinérgico
en el que es imposible la introducción de
un nuevo elemento sin poner en peligro los
demás. Esto construye sociedades sumamente
conservadoras, llenas de garantías ideológicas y
sociales, tendentes al mantenimiento de un orden
complejo y frágil.
3- El fin de este tipo de economías es el autoabastecimiento.
Éste debe estar asegurado ya
1. Economía y medioambiente
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 170
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
que es la garantía de la supervivencia del colectivo.
Autoabastecimiento significa independencia
económica, garantizar los recursos necesarios
para la supervivencia del grupo dentro del
ámbito de explotación económica de éste o el
acceso a estos recursos cuando quiera que sean
necesarios.
Sociedades humanas y medioambiente son
inseparables y resulta imposible comprender las
unas sin las otras. No podremos hacer Historia,
no podremos comprender las sociedades del
pasado, sin conocer dos cuestiones esenciales: el
medioambiente en un determinado momento
histórico y la relación de las sociedades humanas
con éste. O, lo que es lo mismo, cómo los
humanos consiguen satisfacer sus necesidades
básicas, cómo viven y sobreviven, qué comen,
cómo y cuál es su cultura material y dónde viven
(Caro Baroja 1986). Pero también otro tipo de
relaciones no económicas, conectadas con el
mundo de lo mental y espiritual. El medioambiente
es el marco en el que se desarrolla la vida
de los humanos. Es un referente esencial y con
él se establecían una serie de relaciones puramente
subjetivas y, por tanto, de muy difícil recuperación.
Pero si conseguimos establecer una
base lo bastante sólida será posible que aparezcan
más accesibles y nítidas: ideología, creencias
espirituales y estructuras sociales.
La Cordillera Cantábrica se orienta en un eje
este-oeste, desde el borde oeste del Pirineo hasta
la costa atlántica. Sus altitudes máximas sobrepasan
los 2000 m. Su geología se compone
mayoritariamente de materiales sedimentarios y
calizas con depósitos de otros minerales. Su
franja sur aparece surcada por valles ordenados
en un eje norte-sur y con un reborde montañoso,
accidentado, compuesto por montes y páramos
de menor entidad. La cordillera ha sufrido un
intenso desgaste y gran parte de sus materiales
afloran a la superficie en las antiguas zonas glaciares,
en las cabeceras de las cuencas fluviales.
En cuanto a su climatología, acusa una serie
de fenómenos propios que resulta interesante
resaltar y que afectan a ambas vertientes. Así, la
que mira al mar tiene un régimen de precipitaciones
mayor que la vertiente sur, pero recibe
poca insolación. La vertiente sur recibe un menor
aporte de precipitaciones que la norte, pero
mayor que el área meseteña, y una mayor insolación.
Este fenómeno determina los rendimientos
del medio en cuanto al régimen hidrológico
y a la cantidad y variedad de los recursos vegetales
disponibles. Las condiciones climáticas y
meteorológicas marcadamente más continentalizadas
de la vertiente sur, con abundantes precipitaciones
invernales en forma de nieve, permiten
la formación de abundantes zonas de pastizales
en las áreas glaciares y de zonas muy boscosas
en el pie de la cordillera, desde el límite de
las brañas hasta el fondo de los valles, con una
enorme variedad en cuanto a especies vegetales
y fauna. El protagonismo es para los bosques
mixtos de frondosas que en épocas anteriores
debieron de cubrir gran parte del pie de monte y
de la zona septentrional de la Meseta.
Se trata de una zona en la que ha sido posible
la conservación de micro-ecosistemas diversos
y la pervivencia de “modos de relación económica
tradicionales” de los humanos con éstos.
Este es el caso del área en la que se ha basado el
estudio y que forma parte del Parque Natural
“Fuentes Carrionas-Cueva del Cobre”. La zona
en la que nos centraremos se sitúa en torno a las
cabeceras de los ríos Ebro y Pisuerga y algunos
de sus tributarios, en el noreste de la Montaña
Palentina, en el Valle de Santullán y zonas limítrofes
(Ver Fig. 1). El fondo de valle, en su parte
inicial, se sitúa en la unión de los ríos Rubagón
y Camesa en el paso natural entre la Meseta y el
litoral cantábrico. Allí el valle se une a la vega
que, a modo de corredor, viene desde Burgos y
continúa de modo más difuso en dirección a
León. Desde ese fondo de valle asciende a lo
largo de un valle fluvial progresivamente más
estrecho hasta llegar a Sierra Híjar y la zona de
antiguos valles glaciares (Ver Fig. 2). Su ecosistema,
en la cabecera del valle, aparece casi intacto
en muchas áreas, con una explotación ganadera
y forestal que no ha alterado radicalmente
2. Zona de estudio
Figura 1.- Ubicación del área de estudio en la parte meridional
de la Cordillera Cantábrica. (Dibujo del autor).
171 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
lo que podemos considerar las “estructuras básicas”
de las brañas y los bosques.
Toda la zona presenta importantes particularidades
por su situación de frontera climática.
Contiene representación de la flora atlántica, así
como de la continental-mediterránea, lo que incluye
ciertos endemismos. En las cumbres existen
zonas pedregosas con suelos similares en
cierto modo a los de tundra, que pronto dan paso
a pastizales de montaña disponibles todo el año.
Le sigue una zona de transición de matorral y
monte bajo, en algunas zonas salpicada de abedulares.
Estas formaciones dejan paso a los bosques
de frondosas de hayas y robles. En los cursos
fluviales hay frondosos bosques de ribera
con fresnos, olmos, sauces, chopos y otros frutales
silvestres como manzanos, perales, guindos
y algunos nogales. El ámbito forestal es abundante
en arbustos y frutales, así como hortalizas,
hierbas y hongos (Ver Fig. 3). La fauna es también
variada y abundante. La enorme capacidad
para proporcionar sustento del medio construye
comunidades de herbívoros y carnívoros variadas,
así como una presencia intensa de aves, reptiles,
anfibios y peces. Habría que pensar que
esta variedad era, sin duda, aún mayor hace tan
sólo unos cuántos años, cuando la acción transformadora
del hombre sobre el medio era menor.
Actualmente la actividad humana en el valle
diseña una ocupación de todos sus espacios ecológicos,
desde el fondo del valle hasta las cumbres.
Pero esta ocupación refleja, inclusive hoy
día, en algunos ámbitos de la economía local, un
“modelo vertical” que se centra en el valle de
Santullán y que comenzando en el fondo del
valle, asciende a lo largo del curso de los ríos y
tiene su límite en las brañas. Esta forma de aprovechamiento
deja rastros en la tradición de algunas
prácticas económicas, esencialmente ganaderas
y de aprovechamientos forestales, lo que
permite una aproximación a este tipo de modelos
históricos de economía y de concepción del
Figura 2.- Mapa del área de estudio comprendida dentro
de este trabajo y de sus áreas colaterales. Comprende las
cabeceras del Pisuerga y del Ebro. (El actual pantano de
Aguilar se ha obviado). En él se han ubicado los principales
yacimientos arqueológicos de época Protohistórica. A.
Monte Bernorio, B. Los Barahones, D. Monte Cildá, E.
Celada-Marlantes, F. Monasterio, G. Peña Cildá, h.
Castros sin fortificar ubicados en media ladera en torno a
los pastos de altura. (Dibujo del autor).
Figura 3.- Através de este esquema podemos conocer los
espacios que ocupan las distintas especies que forman la
cubierta vegetal según la altura y la orientación de las vertientes
dentro del valle. En la vertiente noroeste, más
umbría húmeda y de más altitud tenemos que las zonas
más altas (A) las ocupan los pastizales o brañas. Les sigue
un área de transición (B) ocupado por brezos, escobales,
etc. Les siguen los abedules y tejos, colonizando los
suelos menos favorables (C), y descendiendo encontramos
los hayedos y los robledales en grandes formaciones
mixtas (D), con avellanos, acebos y otros árboles y arbustos
frutales, salpicadas por algunos claros y praderías. En
las riberas de los arroyos y ríos está el bosque de ribera (E
y H) con fresnos, sauces y gran cantidad de arbustos y
también frutales. En la vertiente sudeste tenemos un
robledal de carballos y albares con algún haya aislado y
acebo, avellano, matorral y frutales (G). Ladera arriba el
robledal mixto deja paso a formaciones de Quercus pyrenaica
y tras estas llegan los escobales, ulagares y brezales
que anticipan los pastizales (F). (Dibujo del autor).
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 172
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
territorio. Este “modelo vertical” sería también
válido para la Prehistoria Final. Através de él se
consigue explicar cómo los recursos se ordenan
verticalmente y es necesario seguir una ordenación
cronológica en la explotación de éstos: al
depender de los ciclos naturales del ecosistema,
se establece un calendario de actividades de
explotación económica que formaría parte de la
ordenación de los ciclos culturales y rituales de
la cultura de los cántabros de este momento de
la Prehistoria.
La importancia que los bosques de frondosas
tienen en las economías históricas y tradicionales
del área no dejan de ser un reflejo de la que
debieron de tener en Época Protohistórica. Si
asumimos la larga tradición cultural previa de
economías con prácticas recolectoras (Arias
Cabal 1991), debemos entender que en ese momento
estos usos alcanzarían una enorme sofisticación.
El estudio de las obras de tipo folclórico
y etnográfico y el trabajo de campo etnoarqueológico
en la región nos permiten conocer
cuáles han venido siendo los recursos potenciales
más explotados. Su contrastación con nuestro
conocimiento de la Protohistoria a través de
las Fuentes Clásicas y la Arqueología, permite la
recreación de los usos de explotación de los
vegetales silvestres y de los animales no domesticados.
Los recursos silvestres, tanto los de origen
vegetal como los de origen animal, están sujetos
a los ciclos naturales siendo especialmente sensibles
a la enorme variabilidad que las condiciones
ambientales establecen. No podemos establecer
una periodicidad estable ni en cuanto a la
cantidad ni a la calidad de este tipo de productos.
1-Cada año presenta un comportamiento climático-
meteorológico distinto.
2-Las especies vegetales poseen ciclos naturales
que implican una distinta productividad de
las cosechas, con años de máximos y mínimos.
3-La combinación de ambos factores hace
impredecible, a largo plazo, cada cosecha.
Esto incide en la necesidad de mantener una
pauta de diversificación de los recursos, antes
que una especialización en un número reducido
de ellos. Los años de baja productividad de unos
productos raramente coinciden con los de otros,
ya que las condiciones que resultaron adversas
para unos no lo son forzosamente para otros.
El primer recurso de origen vegetal por su
volumen e importancia es, sin duda, la madera.
Bien como resultado de una tala, de una poda o
de la recogida de leña, la madera es el recurso
más importante de cuantos se explotan a lo largo
de toda la Protohistoria sin lugar a dudas (Perlin
1999).
En primer lugar, provee de combustible,
directamente o tras su carboneo. La madera es
necesaria para todas las labores de transformación
de recursos, desde los alimentos hasta la
cerámica o el metal, así como para el mantenimiento
del confort y de la vida en circunstancias
climáticas adversas. Así mismo, es el principal
material de construcción de viviendas, de estructuras
y de utensilios, sin olvidar embarcaciones
de todo tipo. La mayor parte de la cultura material
de los pueblos de la Edad del Hierro se realizaba
en este material. Estrabón en su Libro III,
3, 7, alude a que los montañeses “utilizan vasos
de madera…”. Este uso de la madera en la elaboración
de ajuares domésticos resulta más intenso
en el caso de culturas con economías pastoriles
que requieren movilidad (Vega Toscano et al.
1998).
En la economía tradicional la madera como
combustible proviene, de manera general, de la
“leña caída” de modo natural de los árboles, así
como de las labores de poda y entresaca que el
cuidado de los bosques requiere para que sean
productivos. El recurso a la tala de árboles se
reduce a necesidades puntuales de ciertas piezas
de madera o a la necesidad de cantidades excepcionales
de combustible. La madera es ubicua
en toda la Prehistoria Europea. Su desaparición
frecuente en el registro arqueológico no debería
distorsionar nuestra capacidad de comprensión
de un fenómeno económico de la importancia de
éste.
La recolección tradicional de recursos vegetales
sigue unas pautas que interesaría reflejar:
– La explotación de los recursos forestales requiere
un conocimiento del bosque como espacio
de la actividad humana. Conocer qué recursos
existen y dónde se encuentran, visitarlos,
controlarlos en sus procesos naturales y establecer
el momento más apropiado para su obten-
3. Las prácticas económicas sobre recursos silvestres
Recursos vegetales
173 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
ción. Este conocimiento minimiza el despilfarro.
– Se beneficia a los ejemplares fuertes evitándoles
algún competidor y se abandona a su suerte
a los débiles y poco rentables. Esto supone la
práctica de una verdadera silvicultura.
– Así mismo el aprovechamiento de un recurso
debe seguir unas “pautas de seguridad” encaminadas
a garantizar su perpetuación y su disponibilidad
para otros miembros de la cadena alimentaria.
La recolección se realiza en un tiempo
determinado, sólo sobre frutos maduros.
De entre la variedad de especies disponibles
en el ecosistema señalaremos las más importantes,
estableciendo entre ellas una clasificación
atendiendo al tipo de recursos que proporcionan.
1- Frutos Secos: Dentro de las distintas especies
que ofrece el bosque destacan aquellas
cuyos frutos formarían parte de la “Reserva Estratégica”
de recursos alimenticios. Son los que
ofrecen altos rendimientos, una elevada capacidad
alimenticia y que pueden ser almacenados
durante largos periodos de tiempo. A todo esto
podemos añadir que en algunas especies sus frutos
pueden ser transformados en harinas panificables.
Así tenemos robles (Quercus robur, petraea
y pyrenaica), hayas (Fagus sylvática), nogales
(Juglaus regia), abedules (Betula pendula)
y avellanos (Coryllus avellana).
Entre éstos destacan todas las variedades de
Quercus de las que se obtiene la bellota, base de
la alimentación de los Cántabros de la Edad del
Hierro como recoge Estrabón en su Libro (III, 3,
7). Los robledales proporcionan abundantes cosechas
de bellotas con bastante regularidad, aunque
hay años de máximos y de mínimos. Clark,
(1986) proporciona cálculos de la productividad
de un roble adulto. Establece una cosecha
media de 500 a 1000 kilos de bellotas por roble
y año.
En el caso de la bellota de Roble resulta necesario
procesarla para obtener una reducción de
los taninos, tóxicos, que contiene este fruto
amargo. Sobre este procesado de las bellotas
para su consumo posterior tenemos las informaciones
recogidas por Kroeber (1992) y Heizer
(1978). El único referente, por el momento, lo
encontramos en el área californiano en un entorno
ecológico similar al de la Península Ibérica.
Se refiere al tostado de la bellota, al lavado de la
harina, a su cocinado y a las distintas formas de
consumo. La presencia de bellotas en el registro
arqueológico comienza a ser importante. En Numancia,
por ejemplo, su utilización como recurso
se ha detectado tanto por el análisis de fitolitos
de los molinos, lo que señala su procesado,
como a través del análisis de oligoelementos de
restos óseos humanos de la necrópolis, lo que
señala su consumo junto con otros frutos secos
(Tabernero et al. 1999; Checa et al. 1999).
Complementan este tipo de recursos básicos
de larga duración los hayucos, las avellanas y las
nueces. Todos tienen un enorme valor nutritivo
y se pueden consumir directamente, aunque son
reducibles también en harinas y panificables. El
almacenaje de estos frutos requiere un lugar
fresco, seco y oscuro donde extender los frutos
y evitar su germinación. Así mismo, muchos
brotes y hojas tiernas forman parte de la dieta
humana o han venido siendo utilizados como forraje
(Abella 1996).
También es posible extraer otros recursos con
tecnologías básicas como breas, por cocimiento
de su madera y cortezas, fibras y otras sustancias.
La corteza del abedul, cocida, proporciona
una cola de gran calidad (Spindler 1995). Así
mismo interesa destacar la savia dulce que proporciona
este mismo árbol, disponible en los
meses de invierno, cuando son escasos los alimentos
frescos. El tejo tiene una enorme importancia
simbólica relacionada con la muerte y el
más allá y, por la toxina que contiene, se usaba
como veneno ritual entre los cántabros (Peralta
Labrador 2000: 99-100; Abellá 1996: 99-116).
Su madera es de gran calidad, flexibilidad y
dureza. En general es importante el uso de estas
maderas como material de construcción y elaboración
de útiles, así como el carboneo de algunas
de ellas y, muy especialmente, del haya.
Es de enorme importancia la utilización del
“zarzo”, entrerramado elaborado a partir de ramas
y corteza de avellano, para la construcción
de todo tipo de estructuras y su uso en cestería.
Esta forma de utilización de fibras vegetales está
extendida por toda la Cordillera Cantábrica en la
actualidad y es constatable como elemento
constructivo en época Protohistórica en el castro
cántabro de los Barahones (Barril Vicente 1995).
Se complementa con la utilización de otras especies
arbustivas como el brezo (Erica herbácea)
y el escobal (Cytisus scoparius).
Otros árboles también son fuente importante
de recursos. El fresno (Fraxinus excelsior) proporciona
una apreciada madera y sus hojas se
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 174
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
usan como forraje. El sauce (Salix alba) es muy
productivo y se manipula para producir mimbreras
para cestería. La importancia de la cestería
en la economía tradicional es enorme y su trabajo
se documenta desde antiguo. Un abridor (rajador
o hendedor), utilizado en este tipo de labores
fue hallado en Monte Bernorio (Barril
Vicente 1995b), documentándose así este tipo
de labores en la Protohistoria Cántabra. También
son utilizadas las ramas de la sarga (Salix elaegnos)
para las de techumbres de cabañas y chozos
como primera capa que recibe el escobal o la
paja. El sauce posee importantes recursos utilizados
en la farmacopea tradicional. De su corteza
se extraen taninos, también utilizados en el
curtido de pieles, pero por su contenido en salicina
se empleaba la corteza de las ramas jóvenes,
junto con las hojas, como analgésico y antitérmico.
2- “Frutas Blandas”: Son recursos que tienen
una abundancia sólo relativa ya que estas
especies no suelen formar grandes agrupaciones
y no son numerosas. Algunas se encuentran en
el entorno de las brañas. Pueden dividirse en dos
grupos: las que pueden ser conservadas y las que
son perecederas.
Entre los frutos que permiten su conservación
están el mayo o manzano silvestre (Malus
sylvetris), el peral silvestre (Pyrus cordata) y el
espino albar, conocido como escaramujo o majueto
(Crataegus monogyna). Tanto las manzanas
como las peras de estas variedades maduran
tarde y sus frutos se conservan frescos hasta
muy entrado el invierno. También es posible
conservar su carne en lonchas finas secadas y
conservadas extendidas en un lugar protegido,
fresco y seco. El escaramujo proporciona un fruto
rico en vitaminas hasta muy entrado el invierno,
especialmente ácido ascórbico. La carne del
escaramujo se puede secar sin que pierda sus
propiedades, lo que lo convierte en un recurso
importante.
Los frutos perecederos como el guindo (Prunus
avium), el saúco (Sambucus nigra), el serbal
(Sorbus aucuparia) y el mostajo (Sorbus aria)
deben ser consumidos rápidamente ya que se
descomponen en poco tiempo.
3- Bayas: son otro recurso importante, también
conocidas como “Frutas del Bosque”. Son
los frutos de arbustos y matorrales, de características
muy homogéneas: muy perecederos, pero
esenciales en el ecosistema forestal ya que la
concentración de su fructificación en el periodo
final del verano y el otoño proporciona una
fuente de vitaminas y azúcares imprescindibles
para el engorde, de cara al invierno, de todas las
especies. Tienen una enorme irregularidad en la
producción ya que ésta varía según las condiciones
climático-meteorológicas, las distintas especies,
el lugar que ocupa cada planta y la humedad,
insolación e irrigación que recibe. Encontramos
fresales (Fragaria vesca), frambuesos
(Rubus idaeus), groselleros (Ribes rubrum), zarza-
moras (Rubus ulmifolius), arándanos o “ráspanos”
(Vaccinium myrtillus), y los endrinos
(Prunus spinosa).
Los fresales son frutos de fructificación temprana
junto con el guindo y seguido de cerca por
el frambueso, por lo que aportan sus nutrientes
en un periodo crítico, al final de un largo periodo
sin fruta fresca. Le siguen escalonadamente
el resto de las bayas. En general todas estas frutas
poseen grandes cantidades de azúcares y
vitaminas, en especial la vitamina C. Poseen
efectos terapéuticos y depurativos. También eran
aprovechados para otros usos: la zarzamora, por
ejemplo, ha venido sirviendo para teñir la lana
de color negro (Romo y Sierra 1996). Estrabón
III, 3, 7, dice de los cántabros que “Todos los
hombres visten de negro…”.
4- Setas y Hongos: Son abundantes en todo
el ámbito forestal y en otros entornos “abiertos”
como las praderas. Proporcionan una enorme
fuente de proteínas y calorías desde el otoño
hasta muy entrado el invierno e incluso la primavera.
Muchos de ellos se pueden secar y conservar
deshidratados sin que pierdan nutrientes.
5- Vegetales y verduras: Son muy abundantes,
heterogéneos y ubicuos. Los encontramos
en una distribución muy amplia que va desde el
bosque de ribera hasta las brañas. Su disponibilidad
es elevada aunque sujeta a las condiciones
climáticas de cada año, las particulares de cada
lugar (suelo, humedad, insolación…) y a las necesidades
específicas de cada especie. Muchas
de estas plantas están disponibles para su recolección
a lo largo de prolongados periodos de
tiempo o bien se pueden explotar repetidamente
du-rante todo el “periodo cálido” (primavera,
verano, otoño). Su conservación es muy varia-
175 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
ble: desde las de larga duración a las que son
muy perecederas.
Podríamos establecer una distinción entre
plantas comestibles y plantas terapéuticas, pero
esta distinción será meramente formal y un tanto
engañosa. Algunas plantas son aprovechadas
directamente por sus cualidades medicinales.
Otras pueden ser utilizadas como alimento o
como aderezo de otros alimentos. Sin embargo
estas mismas plantas también producen efectos
terapéuticos que actúan sobre el organismo de
modo natural. De este modo, la dieta aporta al
organismo un cóctel de principios activos que
acompañan a los nutrientes básicos. Es lo más
parecido a una dieta de prevención de enfermedades.
Así mismo, encontramos plantas que
contienen sustancias psicotrópicas y venenos.
Un mismo recurso puede tener, además, aplicaciones
distintas a las de alimento y farmacia,
sirviendo para la obtención de tintes, fibras, etc.
La recolección continuada de unos y otros recursos
permite un aporte de todos los nutrientes que
el cuerpo necesita para el paso del periodo invernal,
el de mayor incertidumbre vital y escasez de
recursos vegetales, sin deficiencias alimentarias
graves. La clave estaría en mantener la diversidad
de los recursos sin que las actividades sobre
el medio supongan la disminución o la pérdida
de las especies explotadas. La mayoría de estas
plantas resultan dañadas, disminuyen o desaparecen
cuando se introducen actividades productivas
o depredadoras de modo intensivo. Muchas
de ellas son consideradas hoy como “malas
hierbas” que caracterizan, incluso de modo
diagnóstico, los terrenos dedicados a la agricultura,
pero han existido previamente a estas prácticas,
ocupando simplemente su lugar en el ecosistema.
Destacamos, de entre una gran variedad, el
helecho (Pteridium aquilinum), el trébol (Trifolium
pratense), la ortiga mayor (Urtica dioica),
la menor (Urtica urens), y la blanca (Lamium
album), la enea o espadaña (Typha domingensis),
los berros o mastuerzos de agua (Nasturtium
officinale), la achicoria o chicoria (Cichorium
intybus), el diente de león (Taraxacum officinale),
pan y queso (Capsela bursa-pastoris),
ajenjo (Artemisa absinthium), la milenrama o
aquilea (Achillea millefolium), el llantén (Plantago
major, Plantago lanceolata y Plantago media),
bardana o lampazo (Arctium lappa), Pulmonaria
(Pulmonaria officinalis), el lúpulo (Humulus
lúpulus), la hiedra (Hedera helix), el beleño
negro (Hyoscyamus níger), la genciana
(Gentiana lutea, Gentiana verna, Gentiana
nivalis, Gentiana angustifolia y Gentiana pneumonanthe),
digitales (Digitalis lanata y Digitalis
purpurea), el acónito y el matalobos (Aconitus
napellus, Aconitus vulparia), la amapola (Papaver
rhoeas), la adormidera silvestre (Papaver
somniferum), la maravilla o caléndula (Calendula
officinalis), el gordolobo (Vervascum pulverulentum),
la verbena (Verbena officinalis), el pensamiento
(Viola tricolor), el tomillo (Thymus
mastigophorus y Thymus pulegioides), el romero
(Rosmarinus officinalis), la camomila-manzanilla
(Matricaria chamomilla y Anacyclus clavatus),
el poleo, menta piperita (Mentha X piperita),
y la cola de caballo (Equisetum arvense).
En muchos casos la confirmación del uso de
todos estos recursos vegetales en la Edad del
Hierro está en manos de los encargados de recoger
las distintas muestras y de los que las analizan.
Si no se sabe qué se busca, resulta difícil
imaginar que algo se pueda encontrar. La misma
dinámica de aprovechamiento de los productos
vegetales hace que restos de éstos queden adheridos
en forma de pátina a las herramientas que
los trabajaron o a las paredes de los recipientes
que los contuvieron o los transformaron. La madera
combustiona parcialmente y se carboniza,
conservándose en el registro arqueológico. También
el polen de todas estas plantas deja su rastro
en el depósito arqueológico esperando una
recogida cuidadosa de muestras. La manipulación
de vegetales deja restos detectables en el
análisis de fitoelementos y su ingesta proporciona,
en ocasiones, un rastro que es posible seguir.
Las semillas de las plantas, que se alojan en los
frutos, son indigeribles, se carbonizan o permanecen
entre la turba en los yacimientos (Buxó
1997). Tal vez la clave está en aprovechar bien
las oportunidades que tengamos para encontrar
todas estas huellas y ampliar nuestro conocimiento
empírico sobre estas cuestiones.
En cuanto a las especies cazadas podemos
establecer la pervivencia de la mayoría de ellas,
con algunas extinciones y desplazamientos. Podríamos
establecer una clasificación básica entre
especies cazadas por su aporte cárnico y otras,
aprovechadas por sus pieles, cueros, tendones,
Caza y Pesca
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 176
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
sustancias, etc., o perseguidas por su papel como
depredadoras y competidoras. Si revisamos los
estudios arqueológicos de la zona cantábrica y
los comparamos con lo que sabemos para la
Edad del Hierro descubrimos que, de modo general,
se continúan cazando las mismas especies
(Arias Cabal 1991). La generalización e intensificación
de la ganadería no desplaza la importancia
de la caza en la dieta (Clark 1986). Consumir
un animal del bosque en vez de uno propio
es, además, un ahorro. Una vez más prima la
diversificación en los recursos; la variedad ante
la cantidad.
Así, los principales aportadores de carne serían,
el ciervo (Cervus elaphus), el corzo (Capreolus
capreolus), el jabalí (Sus scrofa) y los
rebecos (Rubicapra rubicapra), ahora confinados
en algunos parajes en torno al Macizo del
Curavacas. En la caza menor están el conejo
(Oryctulagus cuniculus) y la liebre (Lepus europaeus).
Las aves son abundantes y están disponibles
la codorniz (Coturnix coturnix), la perdiz
(Perdix perdix), palomas torcaces (Columba palumbus),
la zurita (Columba oenas), garzas (Ardea
cinerea) y otras aves de medio acuático como
el ánade o pato salvaje (Anas platyrhynchos).
El zorro (Vulpes vulpes) y el gato montés
(Felix silvestris) son tradicionalmente perseguidos
y a la vez admirados por una serie de cualidades
como la inteligencia, la astucia, el vigor y
la rapidez, la capacidad para cazar, etc. Como en
el caso del lobo (Canis lupus) o el oso (Ursus
arctos), esta situación paradójica los convierte
en competidores, enemigos y, en cierto modo,
en compañeros o semejantes. Así oso y lobo tienen
un enorme papel simbólico. El Oso es una
figura venerable revestida de una aureola mítica.
El lobo es el enemigo, pero también el similar.
Existe una vinculación cultural entre lobos y
hombres. Otras piezas cazadas serían las martas
(Martes martes), los turones (Putorius Putorius),
los tejones (Meles meles), las comadrejas
(Mustela nivalis) y las ardillas (Scirus vulgaris).
En la Edad del Hierro es más que probable que
hubiera en el área castores (Castor fiber), hoy
extintos (Delibes et al. 1995). Las nutrias (Lutra
lutra) corrieron la misma suerte en época más
reciente.
La pesca es también un recurso tradicional
aunque menos abundante por el carácter de los
cursos de agua, que presentan un caudal muy rápido
y estrecho. Se pesca trucha (Salmo trutta) y
carpa (Ciprinus carpio). El pescado, al menos
las truchas, puede ser conservado ahumado, secado,
o combinando ambas técnicas. También se
capturan cangrejos de río (Austropotamobius
pallipes), que se pescan con aparejos muy sencillos
conocidos desde la Prehistoria (Liesau Von
Lettow-Vorbeck y Blasco Bosqued 1999). Las
ratas de agua (Arvicola sapidus, Arvicola terrestris)
es otro recurso cazado tradicionalmente.
Otra fuente de alimento abundante han sido
los caracoles.
Resulta lógico pensar que se aprovecharían
las pieles de muchos de estos animales en la elaboración
de mobiliario, recipientes, prendas y
ropa de abrigo, calzado, cinturones y otros elementos
como corazas, cascos, arreos y correajes
para las caballerías. Para el trabajo y curtido se
emplean básicamente taninos de las cortezas de
los árboles. La elaboración de la harina de bellotas
produciría una gran cantidad de taninos útiles
también para estas labores.
La caza proporciona otros recursos que hoy
apenas se utilizan pero que en la Edad del Hierro
fueron importantes, como atestigua el registro
arqueológico. Son abundantes los restos de herramientas
enmangadas con hueso o asta como
encontramos en los yacimientos de Celada Marlantes
(García Guinea et al. 1973), Monte Bernorio
(Valero Aparisi 1944, 1960) y Monte Cildá
(García Guinea et al. 1966, 1973). El trabajo del
hueso, proveniente de animales cazados o
domésticos, continuó siendo muy importante en
Época Romana como atestiguan los hallazgos
en el área, destacando la importante colección
hallada en Clunia. Otros elementos que son relativamente
fáciles de detectar en el registro arqueológico
son los pequeños recipientes de hueso
o asta y los colmillos utilizados como adornos
y colgantes. Los tendones tienen un aprovechamiento
como cordel duro y flexible en la elaboración
de prendas de vestir, de ligamentos de útiles
y herramientas. Se emplea en los arcos y se
señala su utilización en la elaboración de cascos
ligeros o de pequeños escudos. Las vísceras tienen
también una utilización más allá de su consumo.
Los estómagos y los intestinos de los animales
se utilizan como recipientes de líquidos.
Utilizándolos como cierre de vasijas y recipientes
cerámicos se pueden conseguir envases herméticos.
También se emplean en la elaboración
de “embutidos” y en la fabricación de instrumentos
musicales de percusión.
177 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
Para poder afrontar el estudio de cualquier
forma de economía ganadera es imprescindible
el conocimiento del entorno medioambiental en
que ésta se desarrolla. Una explotación ganadera
del entorno requiere grandes superficies de
pasto disponible y que éstos reúnan unos mínimos
de calidad. Pero esta disponibilidad de pastos
debe conseguirse sin perjudicar otros recursos.
Estas necesidades no siempre se tienen en
cuenta cuando se aborda el estudio de las sociedades
del pasado y sus economías. Así se suele
considerar que el aprovechamiento de pastizales
es una actividad complementaria de otra principal,
la agricultura, y que aprovecha los espacios
que no se pueden rentabilizar como terrenos cultivados.
Esta visión de la ganadería está concebida
desde nuestro modelo actual de explotación
agropecuaria, en el que la agricultura es la actividad
que obtiene el protagonismo central con
una carga ideológico-cultural muy importante.
La agricultura y la ganadería industrializadas
han distorsionado aún más nuestra concepción
de estas actividades y su relación con el entorno
natural.
La economía ganadera no requiere la existencia
de otra agrícola que la sostenga. Aún cuando
las culturas pastoriles cultiven parte de sus recursos,
esto no tiene por qué convertir a la agricultura
automáticamente en el recurso primordial.
La explotación de otros productos como los
provenientes de la ganadería y los recursos silvestres
accesibles por medio de la recolección
aportarían el grueso de los recursos necesarios
para la supervivencia de los grupos. El motivo
por el que consideramos los cultivos agrícolas
como la base de cualquier economía, sea cual
sea su volumen e importancia dentro del total de
recursos disponibles y explotados por una cultura,
sólo es explicable desde una visión etnocéntrica.
En la Edad del Hierro tenemos indicios que
apuntan a la existencia de una economía productora
de lácteos y derivados que formaban parte
de la dieta básica de los Cántabros. En la obra de
Estrabón en su Libro III, 3, 7, aparece la afirmación
de que los Cántabros…“Usan mantequilla
en vez de aceite”. Podemos suponer que la producción
descansaría en la cabaña de vacunos,
pero no forzosamente ni de modo único. Es conocido
a través de las fuentes clásicas la importancia
de las cabras y su papel relevante en los
rituales de los cántabros. También es Estrabón
en el Libro III, 3, 7, el que señala al respecto que
los cántabros: “Comen principalmente chivos, y
sacrifican a Ares (Cosus) un chivo, cautivos de
guerra y caballos”.
Un rebaño de vacas es una rentable y segura
inversión si se es capaz de mantenerla y defenderla.
La vaca y el toro son una despensa ambulante.
Suponen una fuente de riqueza móvil y
rápidamente amortizable, pero su valor es más
importante como inversión que si se convierte
en carne, lo que obliga a una rápida transformación
y consumo de la res. A la vez se pierde su
producción lechera y su enorme capacidad de
trabajo. En un mundo sin mecanizar, bóvidos y
équidos tienen un enorme valor como fuerza de
trabajo. González Echegaray (1997) señala a la
vaca tudanca como la generalizada en estos momentos.
La variedad tudanca se considera una
variedad autóctona antigua. Su morfología se ha
desarrollado de manera que presenta una óptima
adaptación a las condiciones de relieve y clima
de la región. El origen de esta variedad tiene dos
teorías aceptadas. Una la atribuye a las formas
autóctonas propias de la cornisa cantábrica, zona
galaica y del norte de Portugal. La segunda la
identifica con una variedad europea arcaica cuyos
restos han sido identificados como muy similares
a los de la tudanca (VV.AA. 1986b). Está
emparentada con la raza monchina, que se
asume como mezcla de tudancas y pirenaicas,
con ese tronco autóctono que existiría para todo
el norte cantábrico y de Portugal ya señalado.
El ganado caprino tradicional en el área de la
montaña cantábrica es la raza denominada pyrenaica,
que se extiende por el Pirineo, Cordillera
Cantábrica, Sistema Ibérico y Sistema Central.
Se considera que originariamente derivaría de la
Capra Aegagrus, variedad netamente europea
sin aportaciones exteriores. Del tronco común
de la pirenaica han surgido variedades locales
en otras áreas peninsulares o han aportado rasgos
a otras razas. Es una especie adaptada al frío,
a la humedad y a la altitud. Su producción lechera
es de calidad y se obtienen buenos rendimientos
de su carne (VV.AA.1986a).
La disponibilidad de variedades de ganado
ovino perfectamente adaptado al entorno y al
medioambiente del área, parece factible desde el
Neolítico (Arias Cabal 1991). Tendría una representación
actual en la variedad lacha, adaptada a
4. Ganadería
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 178
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
un entorno montañoso de elevado índice de precipitaciones
y adversas condiciones meteorológicas.
Esta variedad se extiende por el sur de
Cantabria y el País Vasco, en zonas de montaña.
Su origen se atribuye a la llegada de grupos de
indoeuropeos que traerían ejemplares de la raza
ancestral Ovis Aries Studery, derivada de variedades
de las ovejas salvajes (Ovis ammon) provenientes
de las estepas Euroasiáticas. Es una
variedad con pocas aportaciones de otras razas
de la Península Ibérica, muy aislada genéticamente
y con una enorme especialización al medio
(VV.AA. 1986a).
La producción lechera de la lacha es de calidad
y abundante. Su lana, de pelo largo y basto,
permite a estas ovejas permanecer a la intemperie
bajo la lluvia y a temperaturas bajas, ya que
el agua resbala por su pelambrera sin que esta
llegue a empaparse, por lo que permanecen protegidas
del frío. El tratamiento adecuado de este
tipo de lana de propiedades hidrófugas podría
conseguir prendas resistentes al agua, aislantes y
de abrigo, cualidades que se atribuyen a los sagos.
Estrabón señala su uso en su Libro III, 3, 7,
que los cántabros vestían y usaban un característico
sagum, prenda confeccionada con lana, de
color negro: “Todos los hombres visten de negro,
sagos la mayoría, con los que se acuestan
sobre jergones de paja”.
En cuanto a los caballos existían en la Prehistoria
en la Península Ibérica ejemplares procedentes
de dos ramas principales provenientes de
la zona caucásica (Lión Valderrábano 1970;
Schilling et al. 1987). Se asume que a la Península
Ibérica llegarían ejemplares de caballos del
tipo céltico, asociados con las oleadas de pueblos
indoeuropeos y célticos, obviamente mezclados
con caballos arios y germánicos “primitivos”.
Serían caballos de poca alzada, extremidades
medianamente largas, fuertes y resistentes.
Parecidos a los caballos de montaña alpinos,
generalizados en las zonas montañosas de Europa
Central y la Península Ibérica, y que aún subsisten
en forma de ganado semisalvaje.
En la obra de Estrabón encontramos una referencia
a los caballos entre los cántabros que
otros autores ampliarán. Parece que los cántabros
eran buenos jinetes y tenían capacidad para
reunir formaciones importantes de guerreros a
caballo. Esta práctica de la equitación guerrera
subsistió en época romana, cuando los cántabros
sirvieron en el limes del Imperio como auxiliares
(Peralta Labrador 2000: 206-209). Otro de
los aprovechamientos de los caballos sería el de
beber su sangre, como señalan Silio Itálico en su
obra Punica Libro III, 360-361, y Horacio en su
Carmina Libro III, 4, 34, como una práctica de
la tribu de los cántabros concanos. Sangre de
animales se sigue consumiendo en la región en
distintas formas. Es común el consumo de sangre
entre los pueblos pastores, sin que esto implique
el sacrificio del animal. Los pueblos de la
etnia “Masai” consumen la sangre de sus toros y
vacas, mezclada con leche. La obtención de la
sangre se realiza por medio de una sangría controlada
que no debilita al animal. También es importante
la tradición en el consumo de carne de
caballo.
La importancia del caballo entre los cántabros
debiera hacernos reflexionar sobre el tipo
de pastoreo que éstos realizaban, que bien pudiera
llevarse a cabo en parte a caballo, ya que la
vida pastoril sería móvil. También la defensa de
los rebaños exigiría una movilidad que sólo el
caballo puede proporcionar: no olvidemos el
papel de los jinetes en las “razzias” de ganado
generalizadas en este momento histórico. Otra
de las cuestiones a tener en cuenta es que la cría
y adiestramiento de caballos para la guerra es
una actividad especializada, más si ésta se realiza
en terreno escarpado. El territorio cantábrico
es ideal para la cría de buenos caballos por la
disposición geológica de sus suelos y su climatología,
que produce una variedad de pastos por
lo general de alta calidad. Los romanos alababan
las características de los afamados caballos astures,
que no debían diferir mucho de los cántabros
en su aspecto y constitución: probablemente
de talla baja, de fuertes patas y ágiles, acostumbrados
a moverse en el difícil terreno montañoso
y resistentes a sus duras condiciones climáticas,
lo que les relaciona con las variedades
originarias antes referidas.
No debemos olvidar otro grupo de équidos
que se generalizan en la Protohistoria como animales
domésticos: el asno y los mulos. El asno
proviene de la variedad Equus asinus. En el registro
arqueológico de la Meseta Superior aparece
asociado a la fase de celtiberización, en los
momentos finales de la Edad del Hierro, presentando
una difusión y presencia importante (Delibes
de Castro et al. 1995), aunque su introducción
debió de realizarse en un momento anterior.
El cruce de caballos con asnos es posible dando
179 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
lugar a híbridos: los mulos y burdéganos. Éstos
han venido siendo utilizados como animales de
monta, carga y tiro, siendo apreciados por su
fuerza y resistencia.
La cría simultánea de caballos, vacas y ovicápridos
requiere ciertos cuidados y por lo general
es preferible que pasten en distintos terrenos.
Tradicionalmente el caballo es llevado a los pastos
de mejor calidad, que se reservan para su
consumo. Pero en ciertas ocasiones se suele utilizar
a las vacas para que pasten los terrenos no
consumidos por los caballos y así eliminen las
hierbas más altas y de peor calidad, vigilando
que respeten el pasto de mejor calidad que
requieren los caballos. En este ciclo sucesivo de
aprovechamientos, en último lugar accederían
las ovejas, siempre evitando que se ocupen intensivamente
de los pastos y los deterioren o
destruyan. Las cabras se emplean en las áreas
más escarpadas y pobres, improductivas para
otros animales.
Los pastizales requieren una serie de cuidados
para evitar su agotamiento, la proliferación
de hierbas nocivas y de arbustos que ocupen y
destruyan los pastizales. También requieren que
se espere a la adecuada maduración de las hierbas
antes de dejar que el ganado irrumpa en las
brañas. Esto queda reflejado en los distintos
reglamentos de los concejos y mancomunidades
que se conservan, como la plasmación de una
tradición consuetudinaria que refleja el establecimiento
de ciertas fechas como límites para la
realización de las distintas mudas a las brañas de
altura, garantía de inviolabilidad de los pastos
hasta el momento adecuado en que la combinación
de lluvias e insolación ha madurado la hierba
hasta sus máximas posibilidades nutritivas.
La explotación de los pastos de altura no debe
exceder la capacidad de los pastizales y su aprovechamiento
debe permitir su regeneración de
cara al mantenimiento de esos pastos de calidad.
Respecto a la explotación del ganado porcino,
González Echegaray (1997) señala que los
jamones de cerdo procedentes de Cantabria eran
célebres en época romana. Las formas de cerdo
primitivo serían muy similares a las formas de
cerdo de pastoreo que aún se mantiene en Extremadura
en estado semisalvaje pastando en
“montanera”. Los cruces continuos y deliberados
con el jabalí introducen a lo largo de la historia
rasgos primitivos en las variedades domésticas,
por lo que las formas modernas han conservado
rasgos recesivos. En el registro arqueológico
del área del Duero el cerdo es escaso en
cuanto a su volumen pero su presencia es continua
en ese número reducido, lo que indicaría
una cría para autoconsumo familiar (Delibes de
Castro et al. 1995).
Para la apicultura no disponemos de datos en
el área cántabra más allá de considerarla una
explotación tradicional. La utilización y explotación
de panales está ampliamente documentada
en la Prehistoria y en la Protohistoria en particular.
Sirva como ejemplo el mito de Gargoris y
Habis (Bermejo Barrera 1994) explicativo de su
poder mágico y terapéutico, unido a la función
del poder Real. La apicultura aparece en las
Fuentes Clásicas como una actividad muy antigua,
relacionada con la caza, cuando los hombres
vivían en los bosques. La miel, en la antigüedad,
tenía una mayor importancia que en el
momento actual, ya que se carecía de cualquier
otro tipo de edulcorante. Se utilizaba como medicamento,
como reconstituyente y tradicionalmente
se la ha considerado preventiva de las
infecciones, en especial del aparato respiratorio.
También se añade a la cerveza para mejorar ésta.
Las economías ganaderas tradicionales se basan
en la movilidad del ganado y de grupos
humanos con ellos, ya sea ésta a mayor o menor
distancia. Esto es debido a la dependencia de los
pastos y en última instancia del Medio. Clima,
ecosistema y recursos son cuestiones que adquieren
aquí una importancia esencial. La rentabilidad
del modelo económico que intentamos
exponer requiere una adaptación al medio pautada
y con garantías. Para este área analizado el
“modelo vertical” dibuja por sí mismo el ámbito
lógico de movimiento del ganado en el valle,
explotando distintos entornos a lo largo de distintos
períodos de tiempo durante el año. La ganadería
trasterminante es la que mejor permite la
explotación del conjunto de los recursos del valle,
desde su fondo hasta las brañas. No se trata
tan sólo de garantizar la alimentación del ganado,
sino de que ésta mantenga unos niveles de
calidad lo más elevados posibles de cara al desarrollo
óptimo del ganado. Se trata de llegar hasta
aquellos pastos más idóneos en el momento
oportuno. Así, lo que la práctica trasterminante
busca es el aprovechamiento de los recursos ve-
Trasterminancia y trashumancia ganadera
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 180
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
getales requeridos por los animales en su mayor
variedad, calidad y óptimo estado. Esto se consigue
llevando los ganados en cada momento
donde las condiciones del medio ofrecen una
mayor abundancia y calidad del pasto. La “maduración
escalonada” que las condiciones de los
valles con cabeceras glaciares permiten, al tener
en un tránsito corto acceso a distintas altitudes y
distintos tipos de entornos naturales, hace posible
un aprovechamiento idóneo de una enorme
variedad de recursos.
De igual manera que la dieta es importante
para los humanos, lo es también para los animales
(éstos van a servir de alimento a sus dueños).
No se trata de alimentar con un pasto determinado
a los animales, sino de poner a su alcance los
recursos de mayor calidad para que puedan disponer
de ellos según sus necesidades y que lo
hagan protegidos de competidores y de depredadores.
Los animales pastan una variedad de
plantas, prefiriendo las más alimenticias y las
que su salud requiere en cada momento. Esto,
que se realiza de un modo natural cuando los
animales pastan en libertad (aunque sea conducida
o vigilada), no ocurre cuando son alimentados
con forraje, ya que dependen de lo que se les
suministra y no pueden acceder a lo que necesitan
según los dictados de su instinto. Por mucho
que el forraje sea de calidad siempre será inferior
al pasto fresco y a la posibilidad enorme de
nutrientes que aporta el pastar en libertad. Conseguir
forraje significa dedicar grandes extensiones
de terreno, mucho tiempo y mucho esfuerzo
a este recurso. Las posibilidades de mantener de
este modo contingentes importantes de ganado
es muy limitada.
En la vertiente sur de la Cordillera Cantábrica
tenemos un menor índice de precipitaciones que
en la vertiente norte y temperaturas más “continentalizadas”,
extremadas, y una mayor insolación.
Por este motivo hay unas características
peculiares en los pastizales de las brañas de esta
área. El pasto es “prieto”, se desarrolla mucho
menos, tiene menos volumen y menos agua, pero
su mayor insolación le hace muy rico en nutrientes.
En esto también tiene que ver la mayor
o menor composición de calizas y otros componentes
del suelo de estas zonas de montaña.
En el periodo de seca, en los meses del verano,
los pastos de las áreas más bajas se agostan,
perdiendo la mayor parte de su capacidad nutritiva.
De este modo resulta necesario el acceso de
los ganados a los puertos de montaña donde
pueden nutrirse con pastizales de mayor aporte
nutritivo. En este entorno se puede realizar el
engorde necesario para que los ganados puedan
afrontar la invernada. Sin embargo, los ganados
han de buscar zonas más resguardadas para pasar
ese período invernal, que en los puertos presenta
condiciones extremas. Por esto es necesario
su traslado a zonas más bajas, con condiciones
más seguras para el ganado. Este trasiego
garantiza el acceso de los animales a la variedad
de alimento que necesitan para su desarrollo y la
eliminación de riesgos. Lo que este tipo de economías
busca no es sólo la explotación de la
carne de los animales, sino principalmente la
rentabilización de los llamados Productos Secundarios,
según el modelo que difundió Sherratt
(1981). Esto hace necesario la búsqueda de
los “pastos grasos”, los que permiten el engorde
paulatino del ganado. Que el animal sea sacrificado
o no es cuestión indiferente: ya sea para el
consumo directo o para aprovechamientos
secundarios, el engorde adecuado del ganado es
imprescindible.
Los desplazamientos del ganado a través del
valle implican dos subidas. La primera desde el
fondo del valle hasta las zonas medias de éste,
con aprovechamiento de los pastizales de primavera,
mientras termina el deshielo en las cumbres,
donde están los pastos de altura. La segunda
desde estas zonas hasta las brañas al comienzo
del verano cuando los pastos de las brañas están
ya maduros y disponibles. La bajada permite
también a los rebaños beneficiarse de las cosechas
de los robles y las hayas y completar así
su engorde, apurando los recursos antes de la llegada
de las nieves (Ver Fig. 4). La cuestión es si
estos traslados de uno a otro lugar implicaban a
grandes contingentes de población, o sólo a
unos determinados grupos y cómo lo hacían.
Para la Edad del Hierro y atendiendo a las pistas
que dan las fuentes (Sánchez-Corriendo 1997;
Vega Toscano et al. 1998), podemos establecer
que el pastoreo sería una actividad masculina
muy unida a los roles propios de los “hombres
como guerreros”.
El número de reses que se podrán alimentar
durante el invierno será limitado. Esto lleva a la
necesidad de sacrificar parte de la cabaña para
garantizar la supervivencia del resto. Este proceso
de “matanza”, que sería selectivo, se realizaría
hacia mediados o finales del otoño, cuando el
181 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
cambio climático supone la reducción definitiva
de recursos para el ganado y las condiciones ambientales
favorecen la conservación de las piezas.
Éstas se transformarían en cecinas. La cecina es
la carne seca, ligeramente ahumada en ocasiones,
de los animales cazados o domésticos. La
cecina supone la posibilidad de conservar la carne
mediante un proceso de secado que mantiene
las capacidades nutritivas de la carne y de sus
partes grasas. Este producto debe ser almacenado
en un lugar fresco y seco y a salvo de los depredadores.
De otro lado la manteca aporta la
grasa necesaria para el cocinado de alimentos y
la elaboración de preparados, como en las conservas
y “embutidos”. La grasa de los animales
ha venido siendo, históricamente, un bien muy
apreciado. En un entorno que requiere un gasto
elevado de calorías la grasa es un artículo esencial.
También en diversos rituales con sacrificios
de animales la grasa y los animales cebados tenían
una gran importancia.
La posibilidad de una “trashumancia” en la
Edad del Hierro ha levantado tradicionalmente
una gran polémica. Habitualmente, la discusión
se ha centrado en la negativa a aceptar la existencia
de la práctica trashumante en este momento
por parte de un sector de la investigación con un
tratamiento de fondo excesivamente formalista:
no es posible la existencia de la trashumancia tal
y como ésta nos es conocida desde la Edad Media
en la Época Prerromana, por una multiplicidad
de factores. Esto es básicamente cierto, pero
se basa más en una concepción formal del problema
que en la búsqueda de las causas de este
fenómeno, de sus cuestiones esenciales.
La trashumancia no es sólo un problema sociocultural,
ni siquiera socioeconómico y mucho
menos un problema de límites, fronteras o reglamentos.
La necesidad de desplazar contingentes
de ganado a medias o largas distancias responde
a una problemática básicamente medioambiental
y como tal debe ser estudiada en lo que se
refiere a sus orígenes. Surge en un momento
dado por este tipo de imperativos, estableciendo
unas limitaciones de fondo en la práctica de ciertas
formas de la ganadería en la Península Ibérica
(y en la italiana y en otras áreas) que serán
constantes a lo largo de los siglos. A idénticos
problemas, las mismas soluciones: estas prácticas
tendrían una continuación en el tiempo que
desembocarían en la trashumancia tal y como
nos es conocida documentalmente desde la
Edad Media. Pero como necesidad de las economías
pastoriles, es claro que existen indicios suficientes
para sostener que existió una “trashumancia”
en distintas partes de Europa en la Edad
Figura 4.- Esta ilustración intenta servir como esquema explicativo del entorno descrito en este trabajo y del modelo
económico aplicado a él. De un lado recrea las condiciones medioambientales del territorio en la Protohistoria
Final. También sitúa los distintos enclaves de habitación dentro de éste. Por último describe los distintos entornos
medioambientales ocupados a lo largo del año económico y los recursos explotados. (Dibujo del autor).
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 182
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
del Hierro (Sánchez-Corriendo 1997; Sánchez
Moreno 1998) que, a su vez, hunde sus raíces en
épocas anteriores (Almagro Gorbea 1997).
Ya hemos aludido a las necesidades de pastos
que requieren los ganados. El modo más seguro
y el único factible de garantizar esto para la
Protohistoria peninsular, sería el de trasladar el
ganado a entornos de condiciones climático-medioambientales
más favorables donde encontrar
estos pastizales. De otro lado, estamos habituados
a una trashumancia reglada en la que existe
una rígida tradición en cuanto al destino final de
las zonas de estiaje y de invernada y no reparamos
en considerar cómo en otros momentos, esto
no tuvo forzosamente que ser así. Es posible que
existieran varios destinos finales en uno y otro
sentido cuya elección definitiva dependiera de
factores de los que no tenemos ningún indicio en
la actualidad: dependiendo de la climatología,
del tipo de ganado y sus necesidades de crianza,
de una práctica habitual de alternancia en los
destinos o también políticos y de relación con
otras etnias; los motivos pueden ser múltiples.
La opacidad arqueológica de este tipo de
prácticas (Vega Toscano et al. 1998) las hace
muy difíciles de documentar arqueológicamente.
Entre los Cántabros y otros pueblos sabemos
que existían lazos de relación antigua y tratos a
este respecto no deben sorprendernos, pese a
que este tipo de relaciones se produjeran cotidianamente
con unos niveles de tensión y agresividad
impensables para nosotros. Así se explicaría,
no sólo la evidente proximidad cultural y las
notables coincidencias en muchos elementos de
cultura material y las tendencias decorativas de
éstos, sino su aparición, unidos militarmente,
contra Roma. Los pactos relativos a los intereses
ganaderos y a la defensa de esos comunes intereses
podrían estar relacionados con las téseras
de hospitalidad. Este tipo de pactos no serían
motivo excluyente para que se produjeran otras
agresiones por parte de elementos más o menos
incontrolados de uno y otro bando. Estas etnias
con economías marcadamente pastoriles, habrían
desarrollado una cultura intensamente guerrera
que arrancaría en el Bronce Final. Dentro
de esta lógica, la provocación y el hostigamiento
como práctica habitual formará parte del
mantenimiento y renegociación continua del
status quo entre los distintos pueblos (Almagro
Gorbea 1999). Pero esto, asumido dentro de la
realidad cultural de ese momento, no supondría
la imposibilidad de una práctica “trashumante”
entre los distintos pueblos.
Una práctica que podemos asociar con las explotaciones
de pastos en las brañas, es la minería
en los filones superficiales que afloran en los
macizos montañosos. Tradicionalmente los yacimientos
mineros de la Protohistoria peninsular
se encuentran asociados a formaciones montañosas
como las de Cerro Muriano, Sierra Menera
(Polo Cutando 1999), las Médulas, etc. Peña
Cabarga, en la costa de la Bahía del actual Santander,
fue recogida por Plinio en su Naturalis
Historia Libro XXXIV, 43, 149, debido a su
enorme riqueza minera, por ser una montaña
compuesta completamente por mineral de hierro
(González Echegaray 1997). La razón estriba en
que en las zonas montañosas, donde se sufre un
intenso desgaste erosivo, resulta más fácil localizar
y acceder a vetas de minerales y metales
que aparecen en superficie. En otras, es la única
fuente de recursos minerales disponibles con
una tecnología limitada y en una economía de
autoabastecimiento. La expansión e intensificación
de las prácticas ganaderas, en relación con
la explotación de pastos de altura, se desarrolla
en paralelo a la explotación de vetas mineras en
estos espacios. Resulta evidente que los filones
de minerales metálicos más fácilmente explotables,
son aquellos que afloran en superficie, lo
que ocurre en las zonas de las cimas y los alrededores
de los sistemas montañosos.
Una vez más, si consideramos la rentabilidad
de este tipo de explotaciones mineras desde la
óptica actual, veremos que aparecerían como
despreciables. Pero en el momento en estudio,
los criterios de rentabilidad estaban marcados
por la disponibilidad y accesibilidad a los recursos.
Allí donde hubiera un filón accesible, éste
sería explotado. Su rastro en el registro arqueológico
es difícil de localizar por la orografía, los
extremos climáticos que afectan a estas zonas y
lo rudimentario de unas explotaciones de ámbito
muy reducido. De otro lado, todas las posibles
vetas ya aparecen agotadas, de modo que en muchos
casos sólo es posible localizar un tenue rastro
en los óxidos que estos yacimientos dejaron
en su entorno primitivo. Gelifracción, deshielos
y torrenteras, arrasan y desdibujan estos restos
desde hace siglos, difuminando las huellas del
5. Minería
183 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
trabajo humano. Resulta difícil identificar galerías
y sólo en contadas ocasiones es posible fechar
éstas de modo seguro. Casi siempre la fecha
es la de su abandono y no la de su primera
explotación. Cuando en vez de galerías aparecen
simples grietas o covachas, resulta difícil reparar
en ellas. Sólo un examen detallado puede dar
indicios razonables de una explotación prehistórica
de “yacimientos mineros de tipo alpino”
(Mohen 1990).
El uso de metales por parte de los Cántabros
de la Edad del Hierro lo señala Estrabón Libro
III, 3, 7, cuando alude a que éstos efectúan
transacciones comerciales con plata “En vez de
moneda (…) cortan una lasca de plata y la dan”.
También se conoce una producción de objetos
de joyería de alta calidad en oro en la Cornisa
Cantábrica (González Echegaray 1997). Asimismo,
es abundante la producción de objetos metálicos
en hierro y bronce trabajados con altos
niveles de calidad, como reflejan las colecciones
de Celada Marlantes y Monte Cildá y de modo
sobresaliente en Monte Bernorio y Miraveche.
También son frecuentes los yacimientos de plomo,
magnetita y blenda. La riqueza mineral de
Cantabria se señala como una de las causas de la
guerra de conquista que desencadenaron los romanos
(González Echegaray 1999).
En el área en estudio encontramos restos reconocibles
de explotaciones de mineral en la zona
del Collado y las Lagunas del Sel de la Fuente
y en el Sumidero del Sel de la Fuente (1.811
m.) y en torno a Covarrés y el Valle de Cavarrés.
Se trata de una antigua cuenca glaciar que presenta
un característico paisaje cárstico de montaña,
que da lugar al importante sistema de galerías
de Cueva del Cobre (a 1.630 m. de altitud
aproximadamente) donde nace el río Pisuerga.
Todo el canal está lleno de cavidades de pequeño
tamaño para explotación de recursos mineros
(Ver Fig. 5). Podemos encontrar restos de filones
agotados que han dejado grietas cubiertas de
potentes oxidaciones y restos de pequeñas galerías,
muchas de ellas anegadas. Las lagunas formadas
por el deshielo y las lluvias se tiñen a menudo
de una intensa coloración roja producida
por la actuación de microorganismo sobre los
óxidos metálicos. Otras de estas explotaciones
se sitúan en torno a canales de desagüe donde se
producen fenómenos de naturaleza cárstica como
el Sumidero del Sel de la Fuente y galerías
asociadas a éste. En las inmediaciones pueden
recogerse, en las escombreras, restos de malaquitas
y azuritas, así como indicios de mineral
de hierro. También se encuentran escorias, lo
que indicaría que en algún momento, y pese a
las dificultades que esto conllevaría en un área
prácticamente desprovista de vegetación, se fundieron
los minerales para su reducción a pie de
yacimiento.
Aeste respecto, ya hemos mencionado la entrada
al complejo de Cueva del Cobre, con una
enorme boca por la que surge el Pisuerga ya
convertido en un potente caudal. En ésta se localizan
tradicionalmente actividades de extracción
de mineral de cobre, hoy agotado, pero con presencia
de restos de óxidos de cobre. El curso
Figura 5.- Excavación de una pequeña mina como las
que se explotaban en la Prehistoria. Todo el proceso se
lleva a cabo con medios técnicos muy reducidos y el trabajo
de un número pequeño de personas. Las labores
comienzan con la explotación de la zona superficial y más
oxidada de la veta (1). Después se profundiza paulatinamente
siguiendo el filón (2). Mientras se aprovecha al
máximo la veta, el material extraído se selecciona en la
superficie (3). La mina se amplía hasta el agotamiento de
las partes más rentables (4), abandonándose después. El
abandono anual de las explotaciones supondría labores de
achicado de agua y reacondicionamiento de las galerías
que no resultarían muy costosas, debido a lo reducido de
los espacios excavados. (Según Desloges en Mohen 1990).
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 184
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
subterráneo del Pisuerga forma un sistema de
galerías muy accesibles en sus primeros metros,
con indicios de lo que pudiera ser explotación
minera “primitiva” (Mohen 1990), y que se interna
varios kilómetros en el interior de la montaña
siguiendo la cuenca glaciar hacia el Sumidero
del Sel de la Fuente, en dirección al monte
Valdecebollas (2.143 m.).
Este tipo de explotaciones de pequeño tamaño,
accesibles a partir del deshielo, se pueden
asociar con facilidad a la llegada de contingentes
de ganados a estas zonas de ricos pastizales.
Hay que destacar que tradicionalmente es el período
de estancia de los pastores en las brañas el
que sirve para la producción de sus manufacturas,
por concentrar momentos de gran actividad
con otros de relativo tiempo libre. La reducción
en pequeños hornos de los óxidos metálicos no
requiere una gran infraestructura ni una sofisticada
tecnología y existe una disponibilidad relativa
de combustible, con lo que podrían obtenerse
lingotes metálicos para su trabajo posterior.
El análisis de los datos aportados por las
Fuentes y la Arqueología dibuja un modo de
producción agrícola muy distinto al que estamos
acostumbrados en el presente (Buxó 1997). En
la Edad del Hierro se detecta el almacenaje y,
probablemente, el cultivo de distintos cereales
mezclados en los mismos campos de cultivo, de
modo intencionado. El cultivo de cereales se circunscribiría
a una serie de pequeñas superficies
en las que se cultivan distintas variedades juntas,
tal vez con otros cultivos complementarios. Las
variedades cultivadas, tanto en cereal como en
otros productos, son aquellas que pueden ofrecer
mejores rendimientos.
La práctica de “mezclar” distintas especies y
variedades en reducidas explotaciones no sólo
tendría una finalidad de mero aprovechamiento
del entorno con mínimas inversiones de trabajo,
sino que serviría para prevenir y paliar el efecto
de las plagas sobre las plantas cultivadas, que
afectan mucho más a los monocultivos. Del mismo
modo, el cultivo de plantas rentables podría
intercalarse con otras que lo son menos, o que
no lo son en absoluto, pero que ejercen un efecto
disuasorio sobre ciertos insectos y otros depredadores
de los cultivos. Parece que se cultivaban
mezcladas las variedades que se iban a
emplear juntas y, así, procesar y almacenar éstas
de modo conjunto. Es común que los distintos
cereales panificables aparezcan juntos, lo que no
debe achacarse a unas prácticas descuidadas,
sino a unas técnicas de cultivo perfectamente
desarrolladas pero que no separan, por uno u
otro motivo, las “malas hierbas”. Esto alcanzaría
también a otros tipos de cultivos.
Esto semejaría algo así como unas grandes
huertas, lo que señalan los Clásicos acerca de la
costumbre de los celtas de “ajardinar” sus campos
de cultivos. Las zonas arboladas y los matorrales
en torno a los cultivos tienen un importante
efecto regulador de la humedad del suelo y de
la evaporación y funcionan como amortiguador
de los vientos y corrientes de aire predominantes.
Así se favorecerían y se cultivarían especies
de árboles y matorrales que fuesen beneficiosos
y rentables. La explotación de pequeñas parcelas
en los claros del bosque supone el aprovechamiento
de suelos más fértiles y con mayor
capacidad de recuperación tras las cosechas. No
existiría tanto una dinámica radicalmente transformadora
del entorno, sino como unas prácticas
adaptadas a unas determinadas condiciones de
éste.
En este sentido, la gestión del espacio natural
pasaría por una adecuación entre los espacios
destinados a cultivos y los espacios que ofrecen
recursos naturales recolectables. La agricultura,
como tal, formaría parte de un amplio sistema de
explotación del Medio, integrándose en ese sistema
económico en el que prima la disponibilidad
de variedad de recursos sobre la producción
masiva especializada. Todos estos trabajos serían
realizados por las mujeres como refiere Estrabón
en su Libro (III, 4, 17), “… pues éstas (las
mujeres) trabajan la tierra”.
En el área en estudio tradicionalmente se cultivan
una serie de cereales que proporcionan
unos rendimientos aceptables. El mijo común
(Panicum miliaceum) comienza a ser detectado
arqueológicamente de forma generalizada a partir
de la Primera Edad del Hierro (Buxó 1997).
El panizo (Setaria italica) generaliza su presencia
en la Primera Edad del Hierro, lo que indicaría
su cultivo, incluso por encima de la presencia
del mijo. El centeno (Secale cereale) se cultiva
indistintamente como cereal de invierno para ci-
6. Agricultura
Cereales
185 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
clo largo, o de primavera para ciclo corto. Resiste
las elevadas altitudes, por lo que era un cultivo
apreciado en la Cordillera, ya que tiene unos
elevados rendimientos, es rentable y nutritivo.
Su origen como cultivo está en Europa Central
en el primer milenio a.C. Su utilización es similar
a la del panizo o el mijo, para mezclar harinas,
bien para la panificación o para la elaboración
de gachas. La avena (Avena sativa) necesita
suelos húmedos y fértiles, por lo que se adapta
bien al entorno de la montaña cantábrica. Hay
datos sobre la detección de esta planta (Avena
Sativa) en la Península Ibérica hacia mediados
de la Edad del Hierro (Buxó 1997) y en el área
de la Meseta Superior se detecta en contextos
del Hierro I y del Hierro Final, en los niveles
vacceos de algunos yacimientos (Delibes de
Castro et al. 1995). Requiere una cuidadosa
molienda y se consume en forma de gachas muy
nutritivas que se mezclan con caldo, “gachas saladas”
o con leche.
La cebada presenta una gran diversidad. Posee
variedades distintas de “grano vestido”
(Hordeum vulgare L. subsp. Vulgare) y “desnudo”
(Hordeum vulgare L. var. Nudum). Históricamente
se detecta una presencia mayoritaria de
“cebada desnuda” a partir de la Protohistoria,
aunque se mantiene la presencia de “cebada vestida”
durante toda la Prehistoria y esta variedad
es mayoritaria en el registro arqueológico del
ámbito del Duero (Delibes de Castro et al. 1995).
Se consumía en forma de sopas, habitualmente
junto con otros ingredientes (verduras, hortalizas…)
con un elevado contenido alimenticio. Pero
su uso principal tiene que ver con la obtención
de bebidas alcohólicas, las cervezas. La obtención
de éstas es conocida desde épocas antiguas
de la Prehistoria. Estrabón en su Libro (III,
3, 7) señala a cerca de los cántabros que “… Conocen
también la cerveza”.
En el área de la Cordillera Cantábrica hablar
de trigo es sinónimo de hablar de escanda, una
de sus variedades, a la que se da un tratamiento
y consideración especial, aparte de otras formas
que son tan sólo “trigo”. Esto se debe a que la
“escanda mayor” (Triticum aestivum ssp.
Spelta) es un cultivo que se adapta bien a los
suelos y condiciones propias de las áreas de
montaña, presentando rendimientos aceptables.
Se relaciona su difusión con el período de finales
de la Edad del Hierro. En la zona del Duero
Medio la escanda es la segunda variedad de trigo
en cuanto a su representación en el registro
arqueológico para la Edad del Hierro (Delibes
de Castro et al. 1995). En las áreas de clima más
seco o a unas condiciones más próximas a las
del clima mediterráneo, el trigo duro (Triticum
aestivum/durum) consigue mejores rendimientos.
Es la variedad de trigo más identificada en
el ámbito de la Meseta en la Protohistoria Final
en el Duero Medio (Delibes de Castro et al.
1995). El trigo tiene un gran contenido nutricional
y se consume mayoritariamente en forma de
pan. Sus harinas se mezclan entre sí o con otros
cereales. Se ha documentado etnológicamente la
utilización del grano entero cocido en sopas y
con la harina se han elaborado pan, galleta y gachas,
con caldo o con leche.
El lino (Linum usitatissimum) requiere un tratamiento
aparte ya que, aunque no es un cereal,
podemos considerar su cultivo en extensión en
las tierras húmedas cercanas a los ríos. También
es una planta silvestre (Linum angustifolium)
que crece espontáneamente y que seguro era
recolectada, pero su uso intensivo en la Edad del
Hierro hacía necesario su cultivo en variedades
ya manipuladas. En la Edad del Hierro sabemos,
por las Fuentes Clásicas (Alfar Giner 1997), que
el uso de esta planta estaba generalizado desde
épocas mucho más antiguas. Gran parte del vestido
de los habitantes de la Península Ibérica y
de todo el Mundo Antiguo se realizaba en este
tipo de fibra de lino, del que se han llegado a encontrar
pequeños fragmentos en contextos arqueológicos.
También se elaboraban petos y corazas
a partir de fibras de este vegetal convenientemente
preparadas. En el ámbito de nuestra
Península eran muy utilizadas, también entre los
Cántabros ya que, pese a ser menos resistentes,
también resultaban mucho más ligeras (Peralta
Labrador 2000).
Una huerta supone una de las garantías tradicionales
de autosuficiencia y una de las formas
de control de la diversidad básica en la dieta: supone
el intento de garantizar una serie de aportes
nutricionales básicos, sin que las irregularidades
propias de los productos recolectados les
afecten, al controlar de cerca sus procesos vitales.
También es el lugar en el que se plantan
algunas variedades silvestres para garantizar un
acceso ventajoso a sus frutos, tanto en el caso de
Cultivos de huerta
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 186
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
árboles frutales como en el de arbustos o zarzas
con fruto. En la huerta se cultivan una serie de
verduras, hortalizas y leguminosas destacando
en la Edad del Hierro algunas variedades como
las Habas (Vicia faba), las judías (Vicia faba
minor) y los guisantes (Pisum sativum). Éstas
aportan un importante contenido nutricional en
grasas, proteínas y vitaminas. De su presencia
en el registro arqueológico podemos inferir que
su cultivo se generaliza desde el Calcolítico (Buxó
1997) extendiéndose a partir de la Edad del
Bronce en toda la Península Ibérica. En el marco
del Duero no aparece más que en un registro de
habas en el Soto de Medinilla, aunque se asume
la existencia de este tipo de cultivos de leguminosas
como una práctica agrícola habitual (Delibes
de Castro et al. 1995). Habas y guisantes,
una vez secos, se pueden almacenar durante largos
períodos de tiempo sin que pierdan su capacidad
alimenticia. Igual ocurre con la lenteja
(Lens culinaris). Su uso nitrifica los suelos en
los que se cultivan cereales, utilizándose en los
barbechos. Se encuentra en yacimientos arqueológicos
de la Península Ibérica desde el Neolítico
y se detecta con regularidad a lo largo de toda
la Edad del Hierro.
La arveja (Vicia sativa), conocida también
como veza, se ha cultivado sobre todo para la
obtención de forraje de mantenimiento para el
ganado en invierno. El yero (Vicia ervilia) se
asocia con el cultivo de la cebada y con la alimentación
animal. Su harina se mezcla con otras
para ser consumida. Es difícil encontrarlo en los
niveles arqueológicos de la Edad del Hierro,
aunque es conocido desde el Mesolítico y el
Neolítico y aparece también después.
El procesamiento de todos estos productos
hace necesaria una reflexión acerca de las necesidades
domésticas para la transformación, conservación
y almacenaje de los productos requeridos
para garantizar la subsistencia del grupo.
De un lado, la necesidad de espacios específicos,
de construcciones destinadas a este fin. De
otro, el problema de interpretación de estos espacios
en la investigación arqueológica. Desde
el punto de vista arquitectónico las diferencias
entre una vivienda y una edificación “almacéndespensa-
secadero” no serían muchas. En la investigación
arqueológica sólo se revelarían tras
la aplicación de metodologías muy cuidadosas y
específicas de recuperación de los restos que estos
espacios pudieran contener en su interior.
Es una costumbre común a casi todos los
pueblos de culturas y economías pastoriles, el
ejercer una continua presión bélica sobre otros
pueblos hasta el punto de que esto se ha convertido
en un tópico histórico y antropológico. Este
comportamiento se achaca al carácter móvil de
sus formas de vida, lo escueto de su cultura
material y la opinión de que una vida así ha de
engendrar pobreza. Por ello parece lógico que
estos pueblos, como ya opinaban los romanos,
fueran ladrones por naturaleza y vivieran envidiando
lo que sus vecinos poseían. Tenían, además,
hambre de pan, ya que no practicaban la
agricultura cerealística de tipo Mediterráneo. En
este caso, estaban los Cántabros de finales de la
Edad del Hierro.
El sur de la frontera cántabra era territorio
vacceo. Al norte, el mar Cantábrico cerraba las
posibilidades de expansión territorial. Al este estaban
los territorios de Autrigones y Turmogos y
al oeste los Astures. Con esta situación parece
lógico el obstaculizar la formación de una frontera
rígida a la vez que se intentara crear una
“zona de seguridad”, un territorio despejado
entre el enemigo y el territorio cántabro. Ésta es
una táctica relativamente común que permite,
por medio de un hostigamiento continuo, crear
una zona despoblada progresivamente más amplia.
De este modo se puede detectar y obstaculizar
el avance del enemigo, si se produjera, y se
traslada la zona de hostilidades a su territorio.
Por último, si el enemigo demuestra debilidad,
se puede ocupar ese territorio y continuar la presión
hacia nuevos espacios. En un sentido amplio,
ésta es una táctica defensiva, aunque toma
formas agresivas. Orosio en su Adversum Paganos
VI, 21, 11 lo expresa así: “Éstos (los cántabros
y astures) no solamente estaban dispuestos
a defender su propia libertad sino que se atrevían
a robar la de sus vecinos, de suerte que devastaban
a los vacceos, turmogos y autrigones
con irrupciones asiduas” (Martíno 1995). Esta
forma de guerra de baja intensidad basada en la
presión continua, es probable que se concentrara
en aquellos períodos en los que los enemigos
son más vulnerables, en el momento inmediatamente
anterior y posterior a la recogida de las
cosechas. El final de las actividades del calendario
agrícola, ganadero y forestal. Privados de las
reservas alimenticias necesarias para pasar el in-
7. Guerra
187 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
vierno, las víctimas de estas “razzias” son debilitados
continuamente. Se trata de una práctica
secular generalizada entre todos los pueblos de
raíz indoeuropea y de cultura céltica. No sería
tanto una “sociedad violenta” como una “cultura
guerrera”. Y en esta concepción se unen las
necesidades internas, culturales, de la sociedad
cántabra de este momento y las externas, de supervivencia,
de todo un grupo étnico.
Las relaciones interétnicas se establecerían
dentro de una continua tensión. Podemos entender
cuáles eran los principios de las relaciones
entre los distintos pueblos: los demás respetarán
sólo aquello que un grupo pueda defender de
modo suficiente. Las relaciones se basaban en lo
que para nosotros sería un despiadado concepto
de la igualdad de todos en su derecho a tomar lo
que necesitaban. Se vigilaba al amigo y al enemigo
por igual y se intentaba debilitar continuamente
a cualquiera que pudiera ser un adversario
potencial. La debilidad era algo que se pagaba
muy caro y todos los pueblos procuraban
construir nutridos contingentes de guerreros listos
siempre para el combate. La organización,
coordinación y adiestramiento de los contingentes
guerreros, se efectuaba de un modo ritual por
medio de celebraciones comunitarias que incluían
maniobras militares de distintas agrupaciones
de infantería ligera y pesada y de caballería.
Estrabón (Libro III, 3, 7) expresa cómo los
Cántabros “Realizan también competiciones
gimnásticas, de hoplitas e hípicas, con pugilato,
carrera, escaramuza y combate en formación”.
Este tipo de celebraciones comprendería a grandes
contingentes de una misma comunidad, que
aprenderían y desarrollarían así la capacidad de
combatir en distintos tipos de formaciones de
modo coordinado.
Debemos considerar que la condición de
“hombre” se asimilaba y era sinónimo de la de
“guerrero”, porque esto es lo que el grupo requería
para garantizar su propia supervivencia. La
sociedad de los hombres-guerreros aparece ordenada
por los “grupos de edad”. Estrabón en su
Libro (III, 3, 7) alude a esta jerarquización de este
modo: “Comen (los Cántabros y los montañeses
en general) sentados en bancos construidos
contra el muro y se sientan en orden a la edad y
el rango. Los manjares se pasan en círculo…”.
De este modo se establece una jerarquía de prestigio
en la que la experiencia vital es el valor máximo.
Esta experiencia es naturalmente mayor
en aquellas personas que más tiempo han vivido,
ya que han pasado con éxito por mayor número
de vicisitudes vitales. La edad era, por tanto,
cuestión clave en la organización guerrera de la
sociedad: los jóvenes tendrían que demostrar su
valía personal como guerreros y esto daría lugar
a las organizaciones de jóvenes guerreros (Peralta
Labrador 2000). Estas formaciones estaban
equipadas a la ligera y sus integrantes buscaban
algún modo de conseguir unos bienes propios
con los que empezar su vida, como ganado, un
equipo de guerrero, armas u otros bienes. Se trata
de agrupaciones, a modo de cofradías de guerreros
bisoños, en las que se iniciaban a través de
la práctica de la guerrilla y los golpes de mano
para hostigar a vecinos y enemigos. Se dedican
al saqueo de los que descuidaban la atención a
sus ganados o de grupos o aldeas que parecieran
débiles. Estos jóvenes, unidos por un juramento
sagrado de lealtad, la devotio, formaban grupos
que tenían un fuerte componente religioso. Estas
“sociedades guerreras”, comunes en la tradición
de los pueblos indoeuropeos, eran llamadas en
la cultura germánica Männerbünde y estaban ritualmente
relacionadas con el período del fin de
año, la festividad de Difuntos y los lobos.
Podemos encontrar, en este momento, un evidente
paralelismo entre las pautas de comportamiento
de los humanos y los lobos en muchos
aspectos de su vida social. Una de ellas sería
aquella referida a la búsqueda de nuevos territorios
de caza por parte de los machos jóvenes
cuando el territorio está saturado. Estos machos
inician una suerte de Ver Sacrum ocupando y
asegurando un nuevo territorio y eliminando a
posibles enemigos y competidores antes de buscar
hembras para reproducirse. Tal vez este sea
el origen de la relación-identificación entre algunos
grupos de guerreros de la Edad del Hierro
peninsular y los lobos. Así, el lobo es un enemigo,
pero también un “compañero de fortuna”:
los jóvenes guerreros se comportan como lobos
y ejecutan “razzias” como lo hacen los lobos. Se
dedicaban a una serie de pillajes ritualmente establecidos
dentro de la propia comunidad o al
ataque y al robo de ganado, como hacen también
las bandas de lobos jóvenes, en los territorios de
sus vecinos o en aquellos que pudieran ser considerados
como espacios potenciales de expansión.
De este modo los miembros de estas cofradías
guerreras se cubrían con pieles de lobo y vivían
al margen del resto de la comunidad, dedi-
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 188
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
cados por completo a sus obligaciones. En relación
con estas fratrías estaría la práctica del desafío
y el combate singular y la de amputar ritualmente
manos y cabezas. Estos trofeos se
conservaban, en algunas ocasiones, como forma
de culto al valor y de respeto sentido por la víctima
y como exaltación del propio prestigio guerrero.
Estos grupos se establecían en lugares difíciles
y accidentados, lugares naturales de frontera
y “tierras de nadie”, desde los que poder atacar
a los enemigos, convirtiéndose en la vanguardia
expansiva de sus pueblos.
Estos grupos de jóvenes guerreros, equipados
de forma ligera “caetrata iuventus”, por medio
del botín incorporaban importantes riquezas a la
economía de su comunidad y ganaban para sí
mismos un patrimonio y un prestigio personal
importante. Uno de los recursos más codiciados
sería el ganado, hacerse con unas reses o bien
con un rebaño propio. Mientras tanto, estos segmentos
sociales potencialmente más conflictivos,
pasaban sus períodos vitales críticos alejados
de su comunidad y encauzaban su agresividad
hacia otros pueblos, evitándose así conflictos
internos con otros grupos de edad. Una vez
conseguida su “realización personal” se incorporarían
al grupo de los “guerreros probados”,
miembros de pleno derecho de la sociedad a la
que pertenecen. No se trataba de bandolerismo
generalizado como aludían las fuentes romanas,
sino de un comportamiento culturalmente complejo
que cumple unas funciones estratégicas y
tácticas claras en el marco de una dinámica de
“conflicto de baja intensidad”. De otro lado, para
estos pueblos ganaderos resultaba vital tener
una vía de expansión hacia la que dirigir los
excesos demográficos, o los rebaños, en caso de
necesidad. Era también necesario mantener una
“zona de seguridad vital”, una zona de exclusión,
que se castigaría periódicamente para evitar
el posible expansionismo de los pueblos más
próximos. Estas prácticas también permitirían
“tantear” a otros grupos de cara a su asimilación
y al acceso a los recursos que estos controlaban
en su territorio.
Resulta posible llegar a la conclusión general
de que la distribución territorial de los distintos
pueblos cántabros se establecería sobre un reparto
territorial que permite, desde el fondo de
los valles, el acceso a los distintos nichos ecológicos
distribuidos desde los fondos de éstos hasta
las cabeceras de las cuencas, zona de pastos.
De este modo se controlaban las brañas y los
pastizales invernales del fondo de valle desde las
dos vertientes, trasmonte y foramonte, y, posiblemente,
el control de humedales y otras zonas
de pastos hoy desaparecidas. Esto incidiría de
nuevo en la necesidad de conseguir un control
efectivo de ecosistemas complementarios que
permitieran la mayor autosuficiencia posible de
cara a la explotación ganadera. También garantizaría
unas enormes reservas de recursos alimenticios
silvestres, tanto vegetales como animales,
lo que mantendría unas cotas elevadas de
seguridad frente a posibles ciclos de malas cosechas,
naturales y cultivadas, por adversidades
climático-meteorológicas.
Todas estas cuestiones están en dependencia
directa del modo de articulación de la ocupación
del territorio que radica en los castros. El área en
el que hemos circunscrito el trabajo estaría ocupada
por el pueblo cántabro de los Vellicos que
ocuparían la zona que comprenden las cuencas
del Camesa-Rubagón y de la cabecera del Pisuerga:
Comarca de Aguilar de Campoo, valle
de Santullán y las Sierras Híjar y Peña Labra
(Peralta Labrador 2000: 119-128). En esta área
encontramos una serie de oppida de los cuales el
más importante es, sin duda alguna, Monte Bernorio.
En este marco territorial se articularían los
distintos núcleos de poblamiento de la Edad del
Hierro de la zona.
El castro de Monte Bernorio (Cabré 1920;
San Valero Aparisi 1944, 1960; Barril Vicente
1995a, 1999b.) ocupa la parte superior de una
muela caliza de 1.173 m. de altura con forma de
meseta. Tiene una silueta ovalada de unos 600
m. de largo máximo, por unos 300 m. de ancho.
Controla los accesos al área económica que
hemos venido describiendo, así como las vías de
comunicación naturales entre las que se inserta.
Domina una encrucijada de itinerarios, marcados
por la orografía, que determinan los accesos
desde la Meseta hacia los puertos de paso a la
cabecera del Ebro y a la vertiente norte de la
Cordillera Cantábrica, hacia los valles del Saja y
el Besaya a través de Valderredible y Valdeolea.
También controla la depresión que abre un acceso
natural de este a oeste, bordeando el pie de
monte desde la zona actual de Burgos hasta
León. Se sitúa en una posición envidiable que
8. Hábitat
189 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
permite controlar el acceso a las formaciones
de Sierra Híjar y Sierra de Peña Labra y con
ello el acceso a las brañas del Campoo y de la
Pernía.
Su ocupación abarcaría, al menos, desde el
siglo III a.C., hasta el momento de la conquista
romana en el siglo I a.C. Era un núcleo muy bien
fortificado con unas imponentes obras que comprendían
una serie de fosos concéntricos, excavados
en roca en algunos tramos, y la ejecución
de obras de construcción para convertir en verticales
sus laderas, apoyándose en los afloramientos
naturales de roca. La cima estaba amurallada
y contaba con varios caminos y puertas de acceso.
Dentro del recinto se construyó una segunda
muralla interior con un bastión defensivo que
delimitaba lo que se ha venido en denominar la
“acrópolis” del castro. Tanto su estructura natural,
como las obras posteriores de fortificación,
convertían a este castro en un emplazamiento fácilmente
defendible.
Próximo a Monte Bernorio y completando el
control de los accesos a la Cordillera y sus pasos
se encuentra el castro de Monte Cildá (García
Guinea et al. 1966, 1973). Se ubica también en
una muela caliza sobre las márgenes del río Pisuerga,
disfrutando de unas impresionantes defensas
naturales. Monte Bernorio y Monte Cildá
serían los grandes oppida del entorno inmediato
al área en estudio y los que delimitan, por el sur,
el territorio de esta cuenca natural. Entre ambos
núcleos controlan los accesos y los pasos nortesur
y este-oeste: un evidente control estratégico
del territorio desde el punto de vista económico
y militar. En un plano menos destacado por su
extensión e importancia tenemos en las proximidades
los castros de Celada Marlantes (García
Guinea et al. 1970; García Guinea 1999), y Los
Barahones (Barril Vicente 1995a). El primero
tuvo una ocupación entre los siglos III al I a.C.
contemporánea de la de Monte Bernorio y, como
éste, estaba fortificado. El de Los Barahones
presenta una ocupación anterior que va desde el
siglo XIII a.C. hasta el siglo V a.C.
Con los datos que ofrecen las distintas campañas
arqueológicas no podemos profundizar en
el urbanismo de estos castros (Barril Vicente
1995a, b, 1999b). Parece que estaban ocupados
por cabañas de formas circulares. Se construían
a partir de zarzo recubierto con un manto de barro
y su cubierta sería vegetal. No habría una retícula
urbanística regular a base de calles y las
cabañas se repartirían por la superficie del castro
adaptándose al relieve.
Otros enclaves menores en la zona presentan
problemas en cuanto a que no han sido investigados
arqueológicamente de modo suficiente.
Así ocurre con el de Peña Albilla, (Monasterio,
en el valle de Santullán) fortificado y con cerámica
de la Primera Edad del Hierro (Peralta Labrador
et al. 1996; Aja Sánchez 1999; Nuño
González 1999) y con el posible castro de Peña
Cildá (Barruelo de Santullán) (Peralta Labrador
1996; Nuño González 1999). También en Aguilar
de Campoo se encontraron diversos materiales
del final de la Edad del Hierro (García y Bellido
et al. 1970).
Debemos considerar el papel que este tipo de
grandes oppida tendría en el contexto de poblaciones
dedicadas a las explotaciones de ganados,
lo que lleva parejo unos patrones de vida
móviles. Podemos considerar su papel como
“centro redistribuidor” de los colectivos humanos
en movimiento, asociados a la explotación
de cabañas ganaderas de distintas procedencias.
También como “núcleo ritual” de estos grupos,
para la sanción y renovación de los acuerdos de
cara a las explotaciones de las distintas brañas.
Esto comprendería lo relativo a lugares en los
que se establecerán los distintos colectivos: seles
de destino de las distintas cabañas, derechos de
acceso y turnos de uso, etc. Todas estas cuestiones
deberían obtener una sanción ritual, desde la
separación de los grupos residentes en el castro
y la reunión de los distintos colectivos humanos
que realizan la muda (familias, clanes, etnias forasteras
trasterminantes…), hasta el marcado y
recuento de las cabañas. También es un momento
crucial para la propiciación de una buena temporada
en un período vital que arranca con la
primera subida del ganado y la siembra de ciclo
corto y termina con la recogida de la cosecha en
los cultivos, las recolecciones en los montes y la
bajada del ganado.
Este papel de núcleo ritual y sociopolítico desarrollado
por un gran oppidum en un área de
explotación ganadera, ha sido detectado arqueológicamente
por los trabajos realizados en el
castro de Las Cogotas (Ruiz Zapatero y Álvarez-
Sanchís 1995). Similar papel podría atribuirse
a núcleos como Ulaca (Ruiz Zapatero Álvarez-
Sanchís 1999) y a éste de Monte Bernorio.
En el castro de las Cogotas se detectan zonas de
encerramiento de ganado y basurero, interpreta-
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 190
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
do como restos del establecimiento temporal de
contingentes humanos y sus ganados para la
celebración de “ferias” o “mercados de ganado”,
rituales, etc. Estas reuniones van asociadas a estructuras
de habitación endebles construidas con
postes y cubiertas vegetales correspondientes a
los habitantes circunstanciales del castro. Aparecen
alrededor de zonas interpretadas como encerraderos
de ganado y con abundantes restos de
fauna y próximas a zonas de talleres. Estos espacios
ocupan la zona exterior del castro, fuera del
recinto de habitación permanente de la acrópolis.
Si los grandes castros fortificados dibujan el
control de los accesos y la ocupación desde el
fondo del valle faltaría por establecer la ocupación
de las partes altas de la cuenca, en relación
con el aprovechamiento de las brañas y los recursos
silvestres. Esta ocupación temporal se situaría
sobre zonas cuyos rendimientos económicos
serían meramente estacionales y donde resulta
imposible la invernada de las poblaciones
y sus ganados.
En las zonas limítrofes entre el límite de los
bosques y el comienzo de las brañas varios autores
señalan la existencia de una serie de necrópolis
tumulares fechadas en la Edad del Hierro
(Cisneros et al. 1995, 1996; Aja Sánchez et al.
1999a, b). Éstas se sitúan en Culazón (Brañosera),
La Braña (Salcedillo, Brañosera), Comuestro
(Brañosera) y Valdepicos (Barruelo de Santullán).
Examinados estos restos, debemos interpretar
estos conjuntos no como necrópolis tumulares,
sino como enclaves con vestigios de lo
que parecen viviendas y otras estructuras asociadas
a éstas. Esta afirmación se basa en la constatación
de las siguientes constantes:
– La ubicación en ladera de estos conjuntos,
incluso en zonas de fuerte pendiente, o cuando
hay zonas próximas más llanas. Se trata de
conseguir un efecto de protección de los vientos
dominantes y de las precipitaciones.
– La orientación meridional de estos enclaves
en áreas que permiten una mayor insolación.
– La falta de uniformidad en las formas y tamaños
de los túmulos, la presencia de otros tipos
de estructuras como restos de muros y terrazas,
así como la distribución y relación de éstos en
el espacio que ocupan.
– La ausencia, en los túmulos abiertos, de cualquier
elemento relacionado con inhumaciones
de cremaciones ya sean restos óseos calcinados,
restos de ajuar o cerámicas asociadas a
ellos.
El número total de agrupaciones y túmulos es
muy variable ya que debemos considerar que
son visibles aquellos a los que el arrastre de materiales
causado por la marcada escorrentía no
ha cubierto. Podríamos hablar de un número variable
con grupos pequeños, de tres o cuatro túmulos,
como las agrupaciones de Casa de Campo-
Peñas del Sendo (Barruelo de Santullán-
Brañosera). Otras de mayor número y tamaño
como el de Matarredonda-El Centenar (Brañosera).
Las grandes agrupaciones, por último,
como la mayor de todas ellas que debe sobrepasar
la centena, en el espectacular conjunto de La
Braña (Salcedillo, Brañosera). Los “túmulos” se
sitúan escalonadamente en las laderas, en algunos
casos en terrazas naturales o acondicionadas
artificialmente. Presentan formas circulares y
ovaladas compuestas por amontonamientos de
sillares. Su disposición, comparada con los restos
recientes de cabañas de pastores derruidas,
presenta una disposición similar. Además de
estas construcciones, tendríamos otras estructuras
como cercas, muretes y probablemente porches.
Resulta frecuente la aparición de líneas de
muro caídas, recintos en torno a algunos túmulos,
etc.
La construcción de estas viviendas se realizaría
utilizando sillar, con cubierta de tipo vegetal
probablemente. Otros tipos de construcciones de
mantillo de barro con estructura de zarzo, como
las documentadas en Los Barahones o en Monte
Bernorio (Barril Vicente 1995a, b), y que aún es
posible documentar en uso en la zona, no resultarían
adecuadas para el tipo de ocupación que
proponemos, ya que no resisten largos períodos
de tiempo sin ocupación, precisamente en los
momentos en que se soportan condiciones climáticas
y meteorológicas más extremas, lo que
sí ofrecen, sin embargo, las construidas en sillería.
Su solidez permite su habitación inmediata
tan sólo con reparar la cubierta. Asociadas a estos
núcleos podrían estar otras formas de habitación
compuestas por estructuras más endebles y
perecederas, establecidas de modo circunstancial
para pasar cortos períodos de tiempo en las
zonas de subida, en las zonas del “valle medio”,
o directamente en las brañas, acompañando desplazamientos
y estancias más cortas. La posibilidad
de hallar este tipo de establecimientos es
mucho más reducida ya que a su carácter más
191 Complutum, 2003, Vol. 14 169-196
Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro Jesús F. Torres Martínez
circunstancial, se añade una cultura material expresamente
adaptada a ese tipo de vida móvil.
Este modelo de explotación económica y
ocupación de los distintos espacios económicos
establece el desplazamiento bipolar, de vaivén,
de contingentes humanos y ganados desde el
fondo del valle hasta la cabecera. Esto se realizaría
a lo largo del año económico. El tiempo
viene marcado por las condiciones climáticoambientales,
por la maduración de unos productos
y por la necesidad de abandonar sucesivamente
los entornos agotados. El poblamiento se
desplaza a lo largo del valle siguiendo los procesos
de maduración del ecosistema, buscando la
mayor rentabilidad en la relación entre el trabajo
invertido y los rendimientos obtenidos (Ver
Fig. 4). Los emplazamientos secundarios tienen
como objetivo desplazar valle arriba la infraestructura
social y los recursos técnicos necesarios
para estas actividades. Es posible que tras la distinta
ubicación de los “poblados de montaña”, se
encuentren los distintos destinos de los diversos
colectivos humanos en función de su pertenencia
a grupos familiares o suprafamiliares y a grupos
foráneos que explotarían diferentes entornos
de pastos estivales y de recursos forestales. Así,
las brañas se convierten en lugares de contacto y
convivencia de los distintos colectivos.
Estos núcleos no necesitarían recintos defensivos
ya que se trata de establecimientos temporales
y sin entidad suficiente como para fortificarlos.
Las funciones relativas a las actividades
guerreras recaerían en los establecimientos fortificados
que, éstos sí, ocupan lugares de privilegiado
control territorial en los que las necesidades
defensivas priman sobre el acceso directo a
los recursos. Desde estos castros fortificados se
controlarían las vegas bajas y el paso hacia las
zonas de recursos situados valle arriba, en las
cabeceras de las cuencas fluviales (Ver Fig. 4).
Esto haría innecesario la fortificación de estos
enclaves, ya que los grandes núcleos fortificados
funcionan como “puertas” de los distintos espacios
y territorios. Como núcleo de referencia estaría
el oppidum de Monte Bernorio. La práctica
totalidad de ellos tienen contacto visual directo,
o bien desde un lugar próximo, con este castro.
Hemos desarrollado la descripción de un ecosistema,
un “territorio económico”. La explotación
de los recursos contenidos en éste debe
adaptarse a las condiciones del Medio. Garantizar
el acceso a la mayor variedad posible de recursos
consiguiendo la mayor rentabilidad con
el menor esfuerzo y riesgo supone un control
territorial efectivo. También implica el desplazamiento
estacional de contingentes de población
por ese territorio en un movimiento de vaivén
vertical a lo largo del valle. Esto establece un
verdadero calendario económico en el que se
distribuyen las distintas ocupaciones de los distintos
espacios naturales.
La explotación de los recursos silvestres y de
los pastizales serían las actividades económicas
básicas complementadas por la agricultura.
Atendiendo al testimonio de las fuentes existiría
una diferenciación sexual en las labores de subsistencia:
las agrícolas y domésticas serían
femeninas y las pastoriles masculinas, quedando
así determinado sendos ámbitos de control
social. Otras actividades, como la minería o la
práctica de incursiones y razzias guerreras, proporcionarían
recursos complementarios. La guerra
y los guerreros organizados por grupos de
edad unidos por vínculos rituales son un elemento
esencial de ordenación y control social.
El control del territorio y sus recursos se establece
a través de los grandes castros fortificados
que se sitúan en las vías naturales de comunicación
para controlar el acceso a éstos. Este control
territorial se apoyaría en otros castros de menor
entidad. El ciclo económico, itinerante a través
de un territorio amplio, determina la existencia
de enclaves de habitación temporal en determinadas
zonas donde se desplazan, estacionalmente,
contingentes de población dedicados a la
explotación económica del territorio.
El ciclo de desplazamientos establece un calendario
natural, económico y de relación con
los distintos espacios. Comienza con una subida
que implica el desplazamiento de los contingentes
con sus ganados desde el fondo de valle hacia
el valle medio en la primavera, la ocupación de
las brañas en el verano y la bajada en el otoño
hacia el fondo de valle aprovechando los recursos
forestales. La invernada supondría el sacrificio
de los excedentes ganaderos y la reunión de
los contingentes en sus núcleos de origen. En
paralelo tendríamos una explotación agrícola de
determinados espacios en torno a los castros.
Esto dibuja una forma diferente de concebir
la sedentarización y la territorialización en los
9. Conclusiones
Complutum, 2003, Vol. 14 169-196 192
Jesús F. Torres Martínez Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad de Hierro
estudios de la Protohistoria Final y de establecer
las prioridades económicas, hasta ahora con el
protagonismo, asumido, de la agricultura como
principal fuente de recursos económicos.
Informantes
Agradecimientos
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Dra M. L. Cerdeño del Dpto. de Prehistoria de la UCM, por sus aportaciones. AA. Mederos y a M. Torres
por toda su ayuda. AA. Real Carretero y a T. Sagardoy Fidalgo por su ayuda inestimable en el trabajo de
campo. Este no hubiera sido posible sin el apoyo decidido de D. J. A. Calderón Diez y de la Agrupación
de Voluntarios de Protección Civil de Barruelo de Santullán y al Ayuntamiento y Corporación Municipal
de dicha localidad. Del mismo modo a la “Escuela de Antropología Social J. Caro Baroja” de la UIMP, y
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